Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 29

Canarito enjaulado

 Con los ojos anegados de un azul que enceguecía y canturreo de niña en pena, la muñeca causó terror en las niñas. Vivi desesperaba por terminar el sortilegio. Cuando el pergamino en su diestra por fin desapareció, entre chisporroteos emergió una inacabada puerta oval que fue encerrando a los niños mientras se completaba. El mago dijo con tono perentorio:

 -¡Eiko, Ëlen! ¡Nos vamos! Esa muñeca es terrible. No podremos vencerla. En ella y en sus hermanas reside buena parte de la magia de Silky. ¡Silky parece que no puede usar magia! Agárrense fuerte al cinto de mi pantalón! Cuando el portal se complete, estaremos lejos. Espero que fuera del castillo.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 28

El Espantapájaros

 El Espantapájaros, turbado por lo sofisticado que era para un mago negro el conjuro de Vivi, dio un cauteloso paso hacia atrás. El niño era peligroso. Observó el peluche dejado a un costado de su ama, a la niña admirada y complacida con el mago, y reflexionó: «Has jugado fuerte, chiquilla. Le has dado a ese mago un entendimiento libre, margen para que distinga lo conveniente o no de los Mandatos que he impuesto a los muñecos. No fue su intención, que no es más que un niño, pero con sus palabras acaba de esbozar un principio regente, un cuarto mandato, un Mandato Cero que podría definir de esta manera: “un muñeco no debe dañar a un niño, por más que lo quiera su dueño”. Esto, de cundir en los muñecos de la casa, arruinará mis planes. No lo permitiré».

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Las aventuras de la Principita Eiko -Cap. 27

Los Tres Mandatos  

 El Espantapájaros desconfió del artefacto mágico que había sacado Eiko. Era un objeto de cuidado para tan pequeñas e inseguras manos, y decidió dar fin a la función que armaron los niños antes de que ocurriera una desgracia. Observó a Silky aferrada con ingenuo temor al peluche y pensó: «Mis sospechas al parecer no estaban fundadas. Cuando vio al mago ella reaccionó como lo haría cualquier otra niña que ve un muñeco tan simpático, con deseo de hacerlo suyo. No creo que esperara por su aparición. De todos modos, debo saber sobre el maguito, porque todo en el es anómalo para un mago negro».

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 26

Jaque a la bruja

 Vivi, a un costado de la cerradura, miraba con odio a la bruja, que caminaba con paso ligero hacia el cofre. No reparó en el candor de su aspecto, solo quería vengar a los suyos. El mago susurró a las niñas:

 -El cerrojo está abierto. ¿Recuerdan lo que debemos hacer?

 No hubo respuesta. Vivi notó los pétalos de las flores húmedos, las pequeñas lloriqueaban. Esto lo apaciguó. No podía poner en riesgo a sus amigas confrontando bajo dolor e ira a la bruja. Entendió que el espantapájaros era lo que las asustaba y procuró darles confianza. Consiguió hacerlo, no supo cómo, quizás porque les había hablado como era extraño a él, con decisión y firmeza. Cuando la bruja se agachaba para abrir el cofre, los niños deshicieron los conjuros que retenían sus verdaderas formas.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 25

La bruja

 La bruja, sentada ante el clavicordio, ensayaba la partitura que el espantapájaros de sombrero de ala ancha de pie a un lado del mueble servicial le enseñaba. Había un amplio ventanal a la derecha, entrecortado de madreselvas y bañado por la luz de la luna. La bruja dio un tamborileo a las teclas y dijo:

 -Esta pieza es para lluvia. ¡Quiero que llueva!

 El espantapájaros, azuzado por el terminante tono de impaciencia de la bruja, respondió con una seca reverencia:

 -Lloverá, mi ama.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 24

 La Casa de las Muñecas

 La puerta se abrió y Caronte marchó brincando por un oscuro pasillo. La travesía, que duros unos pocos minutos, resultó dura e interminable para la niñas, pues la imaginación les jugó un mal rato en las figuras de fantasmas, arañas y terrores infantiles de diversa índole. El croar que de tanto en tanto daba el sapo ayudaba todavía menos, en especial a Ëlen, que sabía del gusto de los sapos de haraganear donde crecían las margaritas. Pero las sombras aclararon y el grupo dio con la salida. Los recibió bullicioso y fragante un bosque.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 23

Los soldaditos de la bruja

 El barrilete asomó entre las nubes malvas del atardecer. Las niñas, hasta donde lo permitió lo duro de sus tallos, torcieron admiradas las corolas y desearon echarse una zambullida en las pastelosas y mullidas nubes. Vivi, cuando vio que el cuchicheo crecía en intensidad, pidió a sus amigas, con toda la amabilidad a la que lo obligaba su timidez, que guardaran silencio, pues algún esbirro de la bruja los podría descubrir. Las niñas se callaron. Pasó un rato y oyeron que hablaban a cierta distancia:

 -¡Un barrilete! Mejor será que no lo deja escapar, o Silky me dará por hueso para el perro.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 22

El barrilete remonta hacia el castillo

 Las niñas, pasado un rato recorriendo la aldea, encontraron a Vivi en casa de Peritas. Lo vieron menos cabizbajo, y preguntaron si se le había pasado la tristeza.

 -Un poco. Tuve una charla con Peritas que me hizo bien. Pero lo que importa ahora es nuestro viaje al castillo. ¿Están listas?

 Las pequeñas asintieron. Siguieron a Vivi hacia el jardín de la casa. Los esperaban Peritas y Choco. Ëlen, con pena. comentó a la Principita:

 -Lástima que Ithïlien no podrá vernos.

 -Sí, pero seguro que se pondrá muy contento cuando le contemos. ¡Dale, vamos, no hay que perder tiempo!

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 21

 La tristeza de Vivi

 Los niños llegaron a la biblioteca. Como ocurría con todos los sitios de la aldea que eran dedicados a un trabajo dado, la biblioteca no era más que la casa de un mago negro que poseía algo que sus congéneres no; en este caso, una repisa repleta con libros y pergaminos. Vivi dio dos golpes a la puerta. El dueño de casa abrió, les dio la bienvenida y los invitó a pasar. Los niños lo siguieron, cuidando de no derribar las pilas de libros desparramados. Mientras encendía el candelabro del techo con un toque de su báculo, el mago dijo que estaba limpiando la repisa, que abarcaba una pared, y por esto el desorden. Como tenía las sillas ocupadas, los niños se sentaron sobre una pila de libros, entonces hablaron sobre la bruja.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 20

La Bruja Silky

 Era el mediodía. Bajo un ombú, sentados en un pasto ralo, las niñas y Vivi comían un salpicón de arroz y verduras que el mago que cocinaba en la aldea les había servido en tazas. Vivi sorbió jugo de una cañita y empezó a contar de la bruja.

 -Silky vive en un castillo en el cielo…

 -¿En el cielo?

 -Sí, Ëlen. De tanto en tanto puede verse desde la aldea.

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 19

Vivi

 Vivi estaba sentado sobre una calabaza dando distraídos tacones con las botas. Pensaba «en cosas» como gustaba decir. Vivi tenía ocho años y el aspecto simpático de un mago negro cualquiera aunque, naturalmente dada su corta edad, era mucho más pequeño, apenas algo más alto que Eiko. Esto, sumado a su carácter inseguro y maneras un poco torpes, hacía que todo aquel que lo tratara lo encontrara entrañable y le tomara particular afecto. Un cuervo rehuía al espantapájaros, y el mago con pena se preguntó: «si dejo de moverme, ¿también asustaré a los cuervos?»

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Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 18

Subsaga de los magos negros

La aldea de los magos negros

 Era de medianoche. Los búhos ululaban incansables y Ëlen lloraba y temblaba escondida bajo la manta. Hacía un rato que el viejo de la bolsa, la pequeña no pudo suponer otro responsable, se había llevado a su amiga. Cuando se calmó, la pequeña con algún esfuerzo e insistencia logró llamar a Härï y Mamahäha. Las águilas despertaron y acudieron raudas con ella. El captor las había dormido con hierba morfeo, una hierba que crecía en aquellos parajes desconocidos de la Tierra Media y que era de uso común para los magos negros. Mientras Härï iba por Eiko, abrazada a Mamahäha Ëlen pensó en la suerte de su amiga: la imaginó en un caldero, con el captor que la amenazaba con un cucharón, harto de oírla alborotar la casa con gritos y llantos. Pese a lo macabra imaginación, se reanimó; sabía que Eiko no se dejaría tratar como a un pedazo de calabaza y que antes que pasara un rato su captor habría de estar con la ropa enchastrada de sopa y buscando con odio a la niña, seguramente a resguardo en un rincón imposible para un adulto. La pequeña se rió entre los sollozos y al ratito se durmió.

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