Una sorpresa para Ëlen
El Espantapájaros miró suplicante a Ëlen y a Kero. Moegami, aún cuando había aparecido en un tamaño reducido, no mayor al de un polluelo, se erguía con bravura. La carta batía lentamente las alas hacia el Espantapájaros, que azorado recibía el humo de la pipa que crepitaba, a sus ojos, con el fuego del Orodruin. Una ceniza que lo alcanzara y estaría perdido. El muñeco sabía que las cartas gustaban de jugar bromas, pero ahora vio en Moegami a un dios furioso, decidido a castigarlo después de ver cómo había jugado con las emociones de Ëlen.
Pero el Espantapájaros, con su mente retorcida por el miedo, no pudo suponer que lo que había en Moegami no era más que reproche, encono de una intensidad y naturaleza infantil. La carta había sido confeccionada por las manos de una niña y atesoraba el recuerdo de los celestiales benévolos de Kamiki. No habría sido capaz de una crueldad con él, de reducirlo a cenizas como temía el muñeco. Moegami en realidad había aparecido queriendo aliviar la pena de Ëlen, no para castigar al Espantapájaros. Por esto, y después, y ya con travesura, de dar un corto soplido a la pipa ante la cara espantada del muñeco, que tembló al ver chisporrotear el tabaco y las cenizas, volteó hacia la niña para entonces, con un graznido amistoso, echar a volar. Tras sí dejó una estela de humo.
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