Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 82

Teru Teru Bōzu

 Eiko y Silky desayunaban los últimos restos de las brochetas de ayu que habían quedado de la noche, y que no fueron a parar a la oronda barriga de Mogu, dormida, como siempre, bajo la chaqueta de la pequeña. Todavía llovía, así que las niñas permanecían guarecidas en la caverna. Con Mei Ling despierta y transmitiendo desde la oreja de Silky, el Bonta las puso al corriente de lo que sucedía en la Casa de las Muñecas. Silky, que se había distraído mirando zarandearse por una correntada al muñequito de tela que había colocado por la noche en la entrada de la caverna, y en el cual Eiko todavía no había reparado, exclamó:

 -¡Sakura-chan! Sabía que aquellos pétalos de cerezo indicaban que habías venido a jugar. ¡Cuánto te extraño!

 La Principita preguntó:

 -¿Sakura-chan?

 -Sakura. Chan es, a ver, como si dijera “la pequeña Eiko”. ¿Entiendes?

 La niña, habiendo llevado el pulgar y el índice a los labios, se quedó pensativa.

 – Creo que sí.

 -Ja, no importa. Sakura es una amiga venida de muy lejos que ahora está jugando a la Cazadora de Cartas con Ëlen. No la veo desde hace tiempo…

 -¿Por qué?

 El Bonta, queriendo que recuerdos amargos no entristecieran a Silky, intervino:

 -Oye, rapaz, recuerdas que tienes una misión, ¿no? Menos cháchara y ponte a pescar. Quiero que empieces a aprender a valerte por ti misma. Silky te enseñará

 La pequeña, con viva emoción, exclamó:

 -¿En serio?

 Las niñas, envueltas en sus andrajosas capas, para protegerse de una lluvia que se había reducido a una persistente, y fastidiosa, garúa, estaban paradas en el Princesa Kaguya. Con el cuchillito que usaba para cocinar, y lo que requiriera la supervivencia en el bosque, atado al extremo de la espadita de bambú para que hiciera las veces de un tosco pero efectivo arpón, Silky, asiendo las manos de Eiko, enseñaba a la pequeña apuñalar el agua para cuando apareciera un pez. Las dos exultaban. Mogu, sentadita en la popa, les daba ánimos mientras se lamentaba por no tener una cañita. A los moguri les encantaba pescar. Mei Ling, en tanto, posada en un lirio de agua que había traído la corriente, hablaba con el Bonta, quién preguntó:

 -¿Y bien?

 -Silky ha vuelto a ser la de antes. Correr por el bosque, poder usar su espadita, navegar en el bote, Mogu y, ni hablar, la Principita, le han devuelto la alegría. El Espantapájaros nunca más podrá tener poder sobre ella, ni siquiera causándole celos con Ëlen.

 -Pero…

 -Por supuesto, Bonta. No nos confiaremos con el espantajo. Además…

-Queda el Vals Negro nro 3. Pero no creo que el Espantapájaros lo quiera mandar por Silky, no en lo inmediato.

 -¿Por?

 -Porque seguro teme que le tenga preparada una jugarreta con Vivi… Sí, no me mires así, pequeñajo. Ya te he dicho, cuando llegue el momento, tendrás trabajo que hacer.

 Después de un rato de práctica con el arponcito, y viendo que la lluvia había parado y el cielo se iba aclarando, las niñas se decidieron a retomar el viaje. La Principita no había podido pescar nada, o más bien, Silky no quiso que —con su asistencia — pudiera, pues, ya habían desayunado y la niña, como le había enseñado el Bonta, no pescaba, ni cazaba, sin que hubiera necesidad. Aún sin haberse hecho con algún pescado, la pequeña estaba feliz por la experiencia, y se lo contó a Mei Ling, el Bonta y Vivi. Entonces, cuando entraban a la caverna, la Principita se percató del sencillo muñeco de tela blanca que colgaba del techo, una calva cabeza desprovista de expresión en el rostro, separada del cuerpo por un lazo rojo, y exclamó:

 -¿Y ese muñequito? ¡Parece un fantasma!

 La pequeña miró con ansiedad a Silky, como esperando que, según la respuesta, debiera echar a correr o no. La niña, riendo, respondió:

 -Ja, ¡hasta que lo viste! Sí, es un fantasma, o fantasmita, más bien, ¿no crees? ¡Pero tranquila! ¡Lo coloqué yo por la noche! Es un teru teru bōzu.

 -¿Un qué?

 Mei Ling, que revoloteaba alrededor de las niñas junto a Mogu, respondió:

 -Un teru teru bōzu, Principita, es un muñequito que los niños de Kamiki arman para amuleto…

 Silky, ante la inevitable pregunta de la pequeña, meneó la cabeza impaciente y anticipándose dijo:

 -Algo para la suerte. ¿Cómo una pata de conejo, Mogu? Sí, eso. ¿Y desde cuándo los moguri las usan? Seguro algún moguri trotamundos habrá visitado alguna aldea hobbit, ja.

 Aclarada la cuestión con la palabra, Mei Ling prosiguió:

 -Entonces, el teru teru bōzu es un muñequito para la suerte, Principita, en la que los niños de Kamiki lo colocan por las noches en una entrada o ventana deseando que por la mañana esté lindo. Silky, pues, armó este teru teru para que se fuera la tormenta y saliera el sol, así podrían tener un hermoso día para pasear en el bote y explorar el bosque.

 La pequeña miró con admiración al teru teru. Había dejado de llover, el sol se iba abriendo paso entre las nubes, o sea, el muñequito le había cumplido el deseo a Silky. ¡Era un muñequito mágico! Mei Ling entonces advirtió:

 -Pero falta algo muy importante…

 -¿Qué?

 -Para mostrar tu agradecimiento, y el de Silky, tendrán que dibujarle al teru teru ojos y una sonrisa, para que así ya no parezca un fantasmita triste, sino uno muy feliz por haber cumplido su tarea.

 El brillo en los ojos de Eiko turbó un tanto, a la par que enterneció, a Silky. Ya estaba grande para tener la misma emoción que cuando pequeña por dibujar un rostro al teru teru, o al menos eso es lo que creía. Esto no pasó desapercibido a Mei Ling, que preguntó:

 -¿Quieres hacerlo, Principita? Tú le dibujarás los ojos y Silky la sonrisa…

 Cuando Silky, incómoda, iba a objetar el asunto, la Principita, que la miró con ilusión a los ojos, zanjó sus dudas al exclamar con emoción:

 -¡Sí!

 Silky entonces tuvo, y para su inocultable alegría, que ponerse con Eiko a pintar el rostro al teru teru. Lo hicieron después de haberse manchado el índice con la arcilla que había acumulada en la caverna, lo que les brindó un agradable tinte rojo para usar. Como habían acordado con Mei Ling, una pintó los ojos y la otra la sonrisa, pero con el añadido que, a sugerencia de Silky, la Principita remató la tarea coloreando unas mejillas en el muñequito. Ambas quedaron felices con el aspecto jovial que había adquirido el teru teru bōzu.

 Ya en el Princesa Kaguya, prestas para retomar la marcha con el hermoso día que estaba haciendo, las niñas, agachadas de cara al agua, cumplían el último rito que habituaban los niños de Kamiki con el teru teru, y que era, después de haberle dado las gracias juntando la palma de las manos y haciendo una corta reverencia, soltarlo en el río para que llegara al mar… Por supuesto, Silky sabía que en su vasto castillo no podía haber mar, pero qué importa se dijo, Eiko se llenó de ilusión con ese destino para el teru teru bōzu, y es lo que importaba.


* Si quieren saber más de la tradición infantil del teru teru bōzu: link.

*Nunca está demás recordar que Silky es un personaje del anime I’m gonna be an angel.  Allí tiene 16 años, aquí 11.

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