Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 77

¿Otra Cazadora de Cartas?

 Los pétalos de cerezo que dejaban las notas del shō de Sakigami condujeron a Ëlen hacia la parte trasera de la Casa de las Muñecas, a un largo pasillo que terminaba en un panel decorado con un dibujo en acuarela, lo común en toda la casa. La pequeña se había apeado del bastón y miraba divertida el dibujo, un ave azul oscuro, de vientre blanco y cresta amarilla que asía en una de sus alas, o más bien aletas, una sombrilla con la que se protegía del feroz sol rojo que se elevaba sobre una montaña de cumbre nevada. El ave estaba parada sobre un puentecito de madera bajo el cual había un estanque con lirios; al parecer, estaba a punto de darse un chapuzón. La niña, encantada por lo graciosa de la escena, exclamó:

 -¡Qué ave más chistosa! ¿Qué es?

 Tomoyo respondió:

 -Es un pingüino, pequeña Ëlen. Un ave que habita en regiones frías cerca del mar y que como puedes ver es de lo más simpática, ji.

 La niña asintió riendo. Entonces reparó en que el que el shō había callado bruscamente, y preguntó a Kero:

 -¿Y la música?

 El peluche no respondió, absorto en sus pensamientos. La pequeña, preocupada, miró a Tomoyo, que le dedicó una jovial sonrisa para entonces, y con los ojos que le brillaron con felicidad, decir a Kero:

 -Está esperando por ella, ¿no? ¡Ay, creyó que Silky se puso a jugar con las cartas y vino corriendo a verla a través del Rey Pingüino!

 Al oír las palabras de Tomoyo, las muñecas se quedaron boquiabiertas; se miraron unas a las otras y, seguras sobre quién habría de aparecer, chillando emocionadas se tumbaron ansiosas mirando la bola de cristal. Kero respondió:

 -Sin dudas. ¿Qué haremos? Creo que lo mejor sería dejar que se diviertan solas. Hay muchas cosas que podrían confundir a Ëlen…

 -Sí… Pequeña Ëlen, escucha, por favor…

 Ëlen, con el bastón asido fuerte y los ojos bien abiertos, pues era la primera vez que enfrentaría sola una carta, corrió el panel con el dibujo del pingüino. Después de mirar a Kero y Tomoyo, que la animaron a que siguiera, que ellos se quedarían mirándola, la pequeña dio unos pasos al frente; al observar bien a su alrededor, y bajo un mullido césped salpicado con pétalos de cerezo, se detuvo embelesada. Reconoció inmediatamente al pingüino, o al menos es lo que pensó al ver al enorme juego con forma de pingüino que dominaba el vasto jardín y que consistía en un tobogán que nacía de la boca bien abierta del ave y a la que se accedía por una escalerilla atrás.

 Ëlen, con una ilusión en el rostro que, como siempre, endulzó los ojos de Tomoyo, buscó permiso para tirarse del tobogán. Había olvidado para lo que había venido, que era capturar a Sakigami. Pero entonces oyó una exultante risa que al parecer venía desde adentro del pingüino. Tomoyo ladeó la cabeza con ternura y suspiró, Kero sonrió. La pequeña miró hacia la boca de la resbaladilla; en el dosel, las muñecas gritaron y patalearon alborozadas. Una niña había aparecido de la boca del pingüino y caía lanzada por la resbaladilla mientras gritaba, feliz, “Silky, Silky”.

 No bien bajó del pingüino, la niña corrió hacia Ëlen. Pero entonces al verla, muda, se paró en seco; confundida, caminó hacia la chiquilla, que la miraba con no menor sorpresa. Ambas se observaron largamente, admirándose en particular por el idéntico bastón carmesí con pico alado que aferraban. La desconocida se agachó con las manos sobre las rodillas y con dulzura preguntó:

 -¿Quién eres, pequeña?

 -Soy Ëlen.

 Con timidez, añadió:

 -¿Y tú?

 La desconocida, que tendría unos diez años, una preciosa niña de ojos verdes y cortos cabellos castaños peinados con flequillo y en dos pequeños bollos atados con cinta en las sienes, vestía un traje no menos exquisito que el que Tomoyo había confeccionado para Ëlen: un vestido rojo con falda abullonada y una blusa blanca con mangas volantes decorada con un moño rojo en el cuello. Llevaba además largas medias blancas, zapatos rojos con moño y las manos enguantadas de blanco. Unas alitas blancas a la espalda y una gran boina roja con cinta remataban con tierna femineidad el conjunto.

 La niña, con las muñecas que la miraban extasiadas, hacía tiempo que «la amiga maga de Silky» no estaba de visita, respondió:

 -Soy Sakura.

 Y para suspiro de Tomoyo, que sentía debilidad por la expresión cálida en el rostro de la niña, concluyó con amable sonrisa:

-Encantada de conocerte, Ëlen-chan. ¿Quieres jugar conmigo? Nos divertiremos mucho.

Ep Sig:


*Sakura con el icónico traje del opening:


*El Rey Pinguino es un juego situado en el parque Tomoeda que Sakura y amigos frecuentan a menudo.

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