Una sorpresa para Ëlen
El Espantapájaros miró suplicante a Ëlen y a Kero. Moegami, aún cuando había aparecido en un tamaño reducido, no mayor al de un polluelo, se erguía con bravura. La carta batía lentamente las alas hacia el Espantapájaros, que azorado recibía el humo de la pipa que crepitaba, a sus ojos, con el fuego del Orodruin. Una ceniza que lo alcanzara y estaría perdido. El muñeco sabía que las cartas gustaban de jugar bromas, pero ahora vio en Moegami a un dios furioso, decidido a castigarlo después de ver cómo había jugado con las emociones de Ëlen.
Pero el Espantapájaros, con su mente retorcida por el miedo, no pudo suponer que lo que había en Moegami no era más que reproche, encono de una intensidad y naturaleza infantil. La carta había sido confeccionada por las manos de una niña y atesoraba el recuerdo de los celestiales benévolos de Kamiki. No habría sido capaz de una crueldad con él, de reducirlo a cenizas como temía el muñeco. Moegami en realidad había aparecido queriendo aliviar la pena de Ëlen, no para castigar al Espantapájaros. Por esto, y después, y ya con travesura, de dar un corto soplido a la pipa ante la cara espantada del muñeco, que tembló al ver chisporrotear el tabaco y las cenizas, volteó hacia la niña para entonces, con un graznido amistoso, echar a volar. Tras sí dejó una estela de humo.
Pasada la conmoción por la aparición de Moegami, Kero, con Tomoyo que había corrido a trepársele a caballito, indicó a Ëlen:
-¡Rápido, pequeña! Usa la carta de viento, que iremos por Moegami. Quiere que lo sigamos.
La niña, ya sin temor y alborozada, pues había entendido que Moegami, como un duende travieso, la había invitado para jugar, sacó a Kazegami y la conjuró. Tomoyo suspiró. La pequeña por fin luciría el traje de conejito de nieve, para su regocijo y el de las muñecas. El Espantapájaros, repuesto del terror, sonrió sincero a la niña, que habiendo echado a volar con el bastón como una brujita lo saludaba, y al mago negro, agitando la mano. El muñeco se sintió miserable y, por un instante, lamentó no haber sido consumido por el fuego de Moegami.
El humo de la pipa condujo a Ëlen al jardín donde estaba el estanque de los peces kingyo, aquel donde la niña había capturado a Nuregami. El panel que abría paso al jardín ardía chamuscado; por lo visto, Moegami no había tenido paciencia para esperar que un mago negro acudiera y lo corriera. Kero comentó:
-Moegami ha buscado un sitio donde un descuido con la pipa pueda ser rápidamente sofocado. Veremos qué quiere, Ëlen. Moegami no te sorprenderá con ninguna mala broma como Yumigami, pero es más voluble que Nuregami y…
-¿Qué es voluble?
Tomoyo sonrió, encantada como siempre por cualquier inocencia de la niña. El peluche se rascó nervioso la cabeza y respondió:
-Que cualquier cosa lo puede llevar a una rabieta… Como se trata de la carta de fuego y vivimos entre peluches y muñecas, hay que tener cuidado. Por eso, solo saca a Nuregami si te lo pido. Si te ve con ella en la mano, pensará que quieres pelear, pues agua y fuego no son buenos amigos. ¿Entendido?
-Sí, pero no tengas miedo, ¡Moegami es un pollito muy lindo y quiere ser mi amigo!
Kero y Tomoyo rompieron en risas. También, desde el dosel, Mei Ling 3; las muñecas en cambio, al igual que Ëlen, estaban confundidas. No entendían cuál había sido la gracia, pues al fin y al cabo, Moegami tenía el tamaño de un polluelo. Que tuviera la apariencia de un augusto gallo daba igual, a sus ojos era un pollito. Sin embargo, cuando Ëlen corrió hacia al jardín se topó con algo muy diferente, algo que en otras circunstancias, cuando no esperara por un pollito con el que jugar, la habría ilusionado. La niña, desconcertada, miró a Kero, que comentó divertido:
-Vaya, vaya, ¡qué ocurrente! ¡Moegami se transformó en un barrilete!
Ëlen con asombro exclamó:
-¿Ese barrilete es Moegami?
Atado de la barandilla del puentecito que se levantaba sobre el estanque, flotaba calmo un barrilete cuadrado donde Moegami, pintado con el estilo en acuarela característico en las cartas y en un fondo grisáceo y carbón, enseñaba por fin su verdadera apariencia: un enorme gallo de un rojo ardiente y garras y patas blancas que fumaba de una larga pipa decorada con motivos ígneos. El barrilete se sostenía por los extremos con cuatro hilos unidos hacia la brida. Era imponente, mucho más grande que la cometa con la que los niños habían llegado al castillo de Silky. Ëlen lo miró dudosa, con ojos que habían pasado de la admiración al estupor. La pequeña supo, gracias a su creciente simpatía mágica con las cartas, que Moegami había adoptado la forma de un barrilete para que jugando con el se le quitara la tristeza por no ver a Eiko y estar lejos de casa, pero poner en vuelo tamaña cometa era una imaginación que la abrumó. Tomoyo, comprendiendo lo que pasaba por la cabeza de Ëlen, comentó jovial:
-Descuida, pequeña Ëlen, Kazegami te podrá echar una mano, ji.
Y ladeando con ternura la cabeza, arrobada por la risa con la que la niña, convencida, había respondido concluyó:
-¡Ay, qué linda te verás remontando el barrilete con el disfraz de conejito de nieve! ¡No puedo esperar más! ¡Cuidaré que las muñecas no pierdan un solo detalle!
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