Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 78

Sakura

 Sakura sonrió a Ëlen, que sentada en la cima del Rey Pingüino saludaba feliz, a ella, a Kero y a una radiante Tomoyo. La pequeña se lanzó por el tobogán gritando con emoción, con las muñecas que desde el dosel vitorearon con no menor vivacidad. Sakura corrió a recibirla una vez que Ëlen brincó al suelo. Sonrió dulcemente cuando la niña, con sus grandes ojos celestes brillando de alegría y a punto de ser tapados por la boina que le caía descuidada hacia las cejas, y a la que, para completa ternura y regocijo de Tomoyo, Sakura acomodó después de acariciarle una de sus irresistibles trenzas, le preguntó si podía lanzarse una vez más.

 Cuando Ëlen asomó por tercera vez de la boca del Rey Pingüino y se sentaba para arrojarse una vez más por la resbaladilla, oyó las notas del shō. Con alegría, tendió la mano para recibir algún pétalo de la garúa de cerezos que empezó a caer. Sakura la llamó —nuevamente al modo de su tierra, Ëlen-chan, y el cual había explicado a la niña su significado (una forma afectiva usada en niños)— y le pidió que por favor fuera con ella. La pequeña se arrojó, con el mismo alborozo de las otras veces, y fue con la niña, que, con el torso levemente ladeado y la punta de un pie en el suelo y cruzado sobre el otro, la esperaba aferrando con gracia el bastón llevado a la espalda. La pose, a la par que encandiló a Tomoyo, admiró a Ëlen. Nunca había conocido una niña, y recordó una palabra rara que había escuchado de Melian cuando le contó de Lúthien, tan femenina. Como no podía ser de otra manera, deseó ser como ella.

 La viva admiración en los ojos de la pequeña sonrojó a Sakura. Tomoyo, suspirando, pensó en que no podría con más dulzura. La niña respondió con una incómoda sonrisa; entonces se apresuró a señalar hacia el costado del Rey Pingüino.

 -Mira, ¿lo ves?

 A unos metros detrás del juego había un cerezo de ramas secas. De una de ellas pendía, se ilusionó la pequeña, un columpio. Este aparecía amarrado al árbol a través de dos cuerdas hechas con madreselvas y tenía dos asientos de madera pintada en ocre. Sakura, sonriendo divertida por ver que el fervor por el columpio no había dejado que Ëlen pudiera percatarse de lo que en verdad quería mostrarle, dijo:

 -Ya iremos a hamacarnos. Pero antes, mira bien el cerezo…

 La niña abrió grandes los ojos. Sakura exclamó:

 -¡La carta Sakigami!

 Sentado de rodillas ante el tronco, un fornido mono blanco tocaba un shō dorado. El rostro de Ëlen se iluminó al ver que la garúa de cerezos nacía del instrumento y cuyas entristecidas notas se elevaban hacia las nubes en una tenue humareda rosa que se derramaba luego en pétalos. Sakigami, que tenía los antebrazos y la parte de la espalda surcada por remolinos ígneos, como era característico en las cartas, y que llevaba puesto un gran y gracioso, a los ojos de Ëlen, bonete lila, no parecía advertir la presencia de las niñas. La pequeña, repentinamente apenada por la música de Sakigami, preguntó a Sakura:

 -¿Por qué está triste Sakigami?

 La pregunta sorprendió a Sakura, que exclamó:

 -Vaya, ¡que buen oído tienes para la música! Me recuerdas a…

 La niña lo consideró un segundo. Puesto que Kero y Tomoyo no habían acompañado a Ëlen, entendió que el peluche no quería llevar a la niña hacia cuestiones que le serían difícil comprender, y que en verdad también lo eran para ella. Entonces prosiguió:

 -… mi mejor amiga.

 Queriendo evitar que la niña le preguntara el nombre de su amiga, Sakura no dilató más la cuestión:

 -Sakigami está triste porque el cerezo está seco. El ama los cerezos y se apena cuando ve uno que no está florecido. Con su música, buscaba que una cazadora de cartas viniera y lo hiciera florecer.

 Ëlen preguntó con ilusión:

 -¿Y por esto tú viniste? ¿Harás que el cerezo tenga flores con una carta?

 -No, eso tendrás que hacerlo tú, Ëlen-chan, una vez atrapes a Sakigami y puedas usar su carta.

 Ante el desencanto que ensombreció el rostro de la niña, Sakura murmuró arrobada una palabra de su tierra que refería a algo muy lindo y tierno, kawaii. Con entusiasmo, pues ella también había venido para jugar con sus cartas, algo que de dónde venía no podía hacer sin pedir permiso al “gran Kerberos”, y mientras efectuaba un ágil y vistoso gesto con el bastón que exultó a Ëlen, añadió:

 -Pero descuida, te ayudaré con mis cartas, ya que no será fácil atrapar a Sakigami. ¡Es un mono muy juguetón, ji!

 A todo esto, Silky, con Eiko todavía durmiendo, acompañada ahora por Mogu, que se había acurrucado entre sus brazos, había levantado el remo y se hallaba practicando con la espadita de bambú. Mei Ling, prendida con el aguijón cual pendiente en su oreja, la tenía comunicada con el Bonta. Este, queriendo ver si conservaba lo aprendido con él, le había pedido que ejercitara unos movimientos; debiendo cuidarse de no despertar a Eiko, hacer piruetas con la espada en el borde del bote era un desafío.

 Cuando Silky terminaba de dar una voltereta y se disponía a cargar con la espadita en carrera por el borde, notó que los pétalos que el viento le traía de los cerezos situados en las montañas que había dejado atrás se habían vuelto una pesada garúa.

 -Estos pétalos no vienen de los árboles…

 La niña corrió hacia un lado la máscara del kitsune y miró el cielo. Con los ojos anegados por el rosa de los cerezos, murmuró con desencanto, pues su amiga había venido para jugar con ella y no estaba en casa:

 -Sakura-chan…

Ep Sig:


  *Sakigami es uno de los celestiales de Okami.

 

 

 

  

   

 

 

  

    

 

 

 

 

 

 

   

       

  

 

  

 

            

 

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