La promesa del meñique
Sakura, ya segura sobre el hielo y con una alegría en el rostro que era dicha y ternura para Tomoyo, patinaba hacia Sakigami con el bastón firme y una carta en la mano. Ëlen, exultante también por lo que estaba haciendo la niña, ¡correr deslizándose sobre el hielo, una maravilla desconocida en la Tierra Media!, se adelantaba volando montada al bastón, a la espera de que Sakigami, como confiaba Sakura, buscara escapar de un salto en cuanto ella usara su carta; con la criatura expuesta en el aire, la pequeña aprovecharía a darle mancha.