El tesoro de Silky
Eiko, sentada sobre los talones con Mogu en el regazo, observaba admirada y expectante a Silky. La niña había desamarrado el bote y se encontraba a unos metros del melocotón. Con el sombrero cónico puesto, de pie miraba concentrada hacia el agua, a la que apuntaba con la lanza que había improvisado con una rama afilada sujeta a la espadita de bambú. A un costado de la Principita, crepitaba la fogata que habían encendido las niñas en un círculo de piedras amontonadas y en la cual Silky pensaba cocinar el pez que estaba queriendo pescar.
La Principita se estiró de golpe ahogando un suspiro. Mogu hizo igual. Silky había hundido la lanza con un movimiento cegador. Se oyó un chasquido; la niña extrajo la lanza y chilló triunfante. Había pescado un amago, una trucha marrón dorado y de motas verdosas de un tamaño considerable. Eiko y Mogu vitorearon y se arrimaron a la orilla, ansiosas por mirar el pez. Silky regresó. Antes de bajar a la orilla, y de espaldas a Eiko, dio una rápida muerte al pez con una técnica que le había enseñado el Bonta para que los peces no sufrieran. Al peluche en verdad no le importaba dejar a los pescados retorciéndose fuera del agua hasta que quedaran listos para el fuego, pero Mei Ling no quería que Silky tomara por natural ninguna crueldad con los animales, así que se vio obligado a enseñarle un método para que los pescados murieran sin sufrir, idea que al Bonta desde ya resultaba absurda.
Después de haber limpiado el pescado y de ensartarlo a una brocheta, bajo la atenta mirada de Eiko que se esforzaba por aprender lo que la niña le enseñaba, Silky lo echó a las brasas, y propuso a la Principita mientras se quitaba el sombrero:
-Con estas brasas tardará un poco hasta que se cocine. Eiko, sabes, bajo el melocotón tengo escondido un tesoro, ¿quieres verlo?
Los ojos de la niña encandilaron.
-¿Un tesoro escondido?
-Sí. Lo dejé aquí cuando era un poco más grande que tú. No quería que el Bonta supiera que… bueno, ya lo verás.
Silky fue hacia el tronco del melocotón. Con una rodilla en el suelo, observó detenidamente. Encontró la marca que buscaba, una crucecita, y se paró contra el tronco. Puso el pie izquierdo bajo la marca. Cuando iba a adelantar el derecho, se frenó, dudosa. Miró los piecitos de Eiko, y exclamó:
-Será mejor que lo hagas tú.
Para Eiko todo lo que le proponía la niña era como una aventura. Preguntó con entusiasmo.
-¿Hacer qué?
-Los pasos para dar con el tesoro. Es que estoy un poco más grande y podría errar el sitio, ji.
Eiko, pues, hizo como le fue indicando su amiga, que había pasado a cargar a Mogu. Dio diez pasitos hacia el río, cuatro hacia a la izquierda y tres para atrás. Silky entonces dijo:
-¡Para! ¡Es ahí! ¡A escarbar, Principita!
Las niñas se pusieron con la tarea. Como el suelo estaba húmedo, no tardaron en dar con el tesoro que había dejado Silky y que, como no podía ser más, estaba dentro de un cofre. Eiko alborotaba feliz, también Mogu; ambas querían abrirlo ya. Silky les pidió un momento. Fue a la fogata para dar vuelta el pescado, y regresó con un trozo de trapo; limpio el cofre de barro y musgo, por fin, para la algarabía de sus amigas, lo abrió. Eiko, admirada, exclamó:
-¡Mogu, mira!
Media envuelta entre ropas había una bola de cristal. Tenía el tamaño de un melón. La Principita preguntó:
-¿Es una bola de cristal? ¿Harás magia?
Silky, divertida, respondió:
-Ja, ¿es que todavía piensas que soy una bruja que usa bola de cristal, como creías cuando apareciste en el castillo?
La pequeña la miró desconcertada.
-¡No! Pero Mei Ling te llamó Brujita. ¿Es que no eres una brujita?
-Ja, ja. ¡Qué Kawaii eres!
-¿Qué?
-Una palabra rara que aprendí de una amigai. Olvídala. Y, no, no soy una bruja y tampoco una brujita. Pero…
-Eiko, que en verdad solo quería ver si Silky haría magia con el artefacto, insistió:
-¿Pero puedes hacer magia con la bola de cristal? ¿Qué puedes hacer?
-Ja, no. Las bolas de cristal sirven para ver lejos, no para hacer conjuros. Por ejemplo, para ver lo que esté haciendo ahora el Bonta, que seguro será caminar de aquí para allá, refunfuñando y mascando puro, ¿no crees?
-Sí, ji. ¿Y podemos verlo ahora?
-No, esta bola de cristal solo trabaja con una muñeca, Tomoyo, que ahora duerme, así que la bola está apagada. Solo ella puede hacer que funcione.
La Principita, curiosa por la muñeca, iba a preguntar por Tomoyo, pero Silky, queriendo no embrollarse con el asunto de la Cazadora de Cartas, se adelantó y pasó del tema mientras sacaba las ropas y sandalias del cofre:
-Y estas son las ropas que solía usar a escondidas del Bonta, cuando me aburría de las que vestía, que son las que llevas, Principita. Son ropas típicas de la aldea de Kamiki. ¿Quieres usarlas?
Cocinado el pescado, las niñas se sentaron ante la fogata y se pusieron a dar cuenta de el. Mogu, que se había hartado con las nueces, se conformó con el trocito que le convidó Eiko. El pescado estaba sabroso, tenía pocas espinas, así que las niñas lo devoraron con ganas. Terminado de comer, se echaron dulcemente contra el árbol y dormitaron hasta que Mogu, advertida por Mei Ling, las despertó. Tenían que ponerse en marcha. Mogu había contado que Silky pensaba cambiar de ropas a la Principita. La abeja, llena de ternura, respondió:
-Está bien. El Bonta lo sabe. Pero no dejes que se distraigan demasiado. Un amigo venturosamente apareció y está demorando al Vals Negro, y sin dudas que desesperando a base de de cabezonería, jo, pero no por mucho tiempo.
-De acuerdo, kupo. Pero tranquila, kupo, que si el Vals se quiere meter con las niñas se las verá conmigo. ¿De qué amigo hablas, kupo?
-Bueno, más bien es un rival, del Bonta quiero decir. El nunca aprobó que tuviera a la «princesa», como así llama a Silky, en el bosque, haraposa y obligada a alimentarse de alimañas, y mucho menos que le enseñara a pelear y para peor con técnicas que consideraba arteras y propias para rufianes. Pero a diferencia del Espantapájaros, tiene un gran corazón, y ahora está exigiendo explicaciones al Vals por el trato cruel que dio a sus soldados.
-¿Pero de quién hablas, kupo? A los moguris no nos gusta quedarnos con la intriga, kupo.
-Ja, del capitán del Batallón Pluto…
En la Casa de las Muñecas, en la habitación de trastos, Vivi, curioso preguntó al Bonta:
-¿El capitán del Batallón Pluto?
El peluche se quitó el puro de la boca y despectivo respondió:
-Adalbert Steiner, un cabeza de alcornoque que se comió las patrañas del Espantapájaros solo porque me tiene un odio ciego. Pero es un guerrero que respeto. Él solo confía en la fuerza de su brazo, no en tonterías. El Vals no se arriesgará a enfrentarlo y tendrá que dar un rodeo para seguir la pista a las mocosas.
Las niñas, después de haber apagado la fogata y limpiado el suelo de rastros, se quitaron las ropas y se echaron al río para quitarse el olor a pescado y aprovechar el rato para jugar. Eiko colgaba del cuello de Silky y chapoteaba feliz. El agua, con el sol del mediodía, estaba deliciosa. Dieron unas vueltas alrededor del árbol, se divirtieron arrojando agua a Mogu, que las miraba sentada en la orilla, y regresaron. Silky se vistió rápidamente y se puso en la tarea de vestir a Eiko con las ropas del cofre. Estas eran idénticas a las que llevaba la niña, un kimono gris bordado con misteriosos símbolos en naranja (carmesí en el de Silky), largas medias violetas y una suerte de botitas que en la aldea de Kamiki, comentó Silky a la Principita, eran conocidas como tabi. Por último, le ciñó la cintura con una faja rosa (la de Silky era amarilla) que anudó a la espalda en un simpático nudo mariposa.
Eiko se miró las ropas, río mientras movía los dedos de los pies, que las botitas dejaban al descubierto, y dio un par de brincos. Las botas eran ligeras, podría correr y saltar a gusto con ellas. Estaba feliz por vestir como Silky. La niña entonces la sentó de cara al río. Con la bandana en la mano, pensó en peinarla en dos bollos; la Principita, imaginó, se vería adorable peinada como las niñas de Kamiki. Pero no tenía tiempo para esto, así que decidió dejarle el cabello como lo llevaba, atado hacia atrás. Le ajustó la bandana, le acomodó los flecos a lo largo del cuello, y la puso de pie; con Mogu revoloteando alrededor, la miró y exclamó:
-¡Qué monada! ¿Verdad, Mogu?
-Así es, kupo. Eres una Silky en pequeña, Eiko. ¡Solo te falta la máscara del zorro y la espadita, kupo!
La Principita, radiante, miró ilusionada a su amiga. Silky dijo:
-¡Ni lo sueñes, enana!
Las tres rieron. Entonces se oyó la voz de una niña, que decía con graciosa y dulce autoridad: ¡… vuela! Silky miró perpleja hacia el cofre y corrió hacia el, con Eiko detrás. Ambas observaron la bola de cristal. La Principita, con desbordada alegría que la llevó casi al llanto, gritó:
-¡Es Ëlen, es Ëlen!
Silky, por su parte, incrédula, exclamó:
-¡No puede ser! ¿La niña despertó a Kero? ¿Qué tramas, Espantapájaros?
Ep Sig: →
*Les recuerdo que Silky tiene 11 años (en el anime I´m gonna be an angel, 16).
*Steiner es un personaje de FF IX.
Un comentario en “Las aventuras de la Principita Eiko – Ep. 69”