Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 50

Okami

 La almohadilla de lirio prosiguió plácida su curso por el Río de los Cielos. Eiko, que lucía jovial la sombrilla de Kaguya, parloteó con Mei Ling acerca de las constelaciones que Ammy iba descubriendo mientras pintaba estrellas con la cola. Pero a diferencia de lo ocurrido con Yomigami, las constelaciones no cobraron vida, se limitaron a enseñar sus formas. La abeja animó a la pequeña a adivinar qué animal representaban, y así se entretuvieron un rato.

 -¡Un conejo!

 -Muy bien, Principita. Ese conejo se llama Yumigami y es algo así como el hada de la luna. Lástima que tenemos prisa, porque de lo contrario Ammy te lo habría presentado.

 La niña señalando con el índice preguntó:

 -¿Y esa constelación qué es? ¿Un cerdito?

 -Jo, jo. Más o menos. Es un jabalí. Se llama Bakugami. Oh, mira, Ammy nos dará una sorpresa.

 La loba detuvo la almohadilla y pintó las estrellas que daban forma a la constelación. Para hilaridad de la Principita, entre una humareda amarilla, apareció un enorme jabalí que se arrastraba desbocado sobre una pelota, como un payaso en una función de circo, y que era seguido por unas crías que corrían igual de encabritadas. El jabalí, con alguna dificultad, refrenó su marcha; las crías, pilladas por sorpresa, dieron con las cabezas en la pelota y rodaron hacia los costados. La Principita rompió en risas.

 -Ese es Bakugami.

 -¿Y los cerditos?

 -Jo, jo. Los cerditos son sus crías, o algo así.

 -¿Y qué tienen en el hocico, que echa humo? ¿Son pipas?

 -No, preciosa. ¡Los niños no fuman! Son antorchas. Observa que de la pelota de Bakugami asoma un cabito. Cuando los cerditos la enciendan, ocurrirá algo que te encantará.

 La niña miró con ansias a los cerditos. Estos corrieron hacia Bakugami y con las antorchas encendieron el cabito de la pelota. El jabalí emitió un fuerte gruñido, como si advirtiera de algo a los cerditos, y todos echaron a correr hacia lo profundo de las estrellas. Eiko aplaudió, divertida. Pero de inmediato, ante la indicación de Mei Ling, la pequeña regresó su atención a la pelota, al cabito que encendido se extinguía. Entonces la sorprendió, al punto de causarle un gran susto, un ruido atronador. La pelota había explotado, como uno de los cohetes de Gandalf, reconoció la niña, que se regocijaba con la marea de explosiones y luces que inundaron el cielo y que desencadenó, como acto final, una danza. La niña preguntó embelesada:

 -¿Son haditas?

 -Algo así. No te las pierdas, que se apagarán pronto.

 Del humo y los fogonazos de las explosiones, habían aparecido cinco hadas radiantes de rosa. Revoloteaban cándidas con sus alitas esmeraldas, y saludaron a Eiko. Entonces se tomaron de las manos, formaron una ronda y comenzaron a bailar. De lejos, de haberse podido ver desde Kamiki, la gente habría confundido la danza con la rueda incendiada que habría escapado del carruaje de un hada o una princesa celestial. Pero lo que la Principita observaba era el baile de unas niñas que felices iban soltando pétalos de cerezo, tan luminosos y etéreos como ellas. La danza concluyó, y las haditas, después de llevar una palma bajo los labios y soplar levemente hacia la Principita, entre un remolino de cerezos desaparecieron. La niña, feliz, alzó una mano, con la otra todavía sostenía la sombrilla, y recibió las cinco mariposas que las haditas le habían enviado. Pero para sorpresa y la risa de la pequeña, al querer tocarlas las mariposas estallaron en minúsculas lumbres que ofrecieron a sus ojos un última función de luz y color.

 Ammy reanudó la marcha de la barquita. La loba miró a Eiko con profunda tristeza, porque pronto se habrían de separar. Dio un corto gimoteo y se restregó amorosa a la la pequeña, que respondió con suma ternura y cariño. Se quedaron juntas, una abrazada a la otra mirando hacia la puerta torii que se aproximaba. Mei Ling las observó en silencio. Unas lágrimas le rodaron. Sabía que Eiko habría de sentir la falta de Ammy, aun cuando no había estado con ella más que un par de horas, y que al despertar por la mañana lloraría por querer verla. Lo vivió con Silky.

 Arribaron por fin a la verde colina donde se levantaba la puerta torii, que los esperaba luminosa. La Principita cerró la sombrilla y se bajó de la almohadilla de lirio, con pasos inseguros por que las sandalias todavía le daban dificultad. Ammy, atenta, iba a su lado. Mei Ling revoloteaba. Se detuvieron a algunos pasos de la puerta. Transcurridos unos segundos de silencio, la abeja dijo con dulzura a la niña, cuidando que la voz no se le quebrara:

 -Es hora de partir, Principita. ¿Quieres despedirte de Ammy?

 La pequeña miró a la loba, que se había sentado sobre sus cuartos y meneaba simpática la cola, y le preguntó anhelosa:

 -Ammy, ¿quieres venir conmigo?

 La loba dio un par de ladridos que ilusionaron a la niña. Mei Ling, con los ojos humedecidos, comentó:

 -No puede, Principita. Ella pertenece a este mundo, no a la Tierra Media, y en el castillo de Silky solo puede permanecer en el Bosque de Bambúes. Nosotras, cuando atravesemos la puerta, estaremos al otro lado. ¿Comprendes, verdad?

 La niña agachó turbada la cabeza. Mogu colgaba tirada de su mano, la sombrilla cayó al suelo. Las lágrimas le comenzaron a rodar por la mejilla, despacito. No pudo contener el llanto. Ammy gimoteó. La pequeña entonces, con las rodillas en el suelo, se abrazó del cuello a su amiga como una niña a la falda de su madre y se quedó llorando, negándose a que la apartaran de ella. Mei Ling, con la voz rota por la pena, exclamó en un susurro:

 -¡Ay, Elbereth!

 Ammy, luego de unos interminables segundos, se apartó dulcemente de la niña y ladró mirando a Mogu. La Principita, sollozando, preguntó a la loba:

 -¿Quieres saludar a Mogu? Mogu, anda, da un abrazo a Ammy.

 La pequeña tendió con las dos manos el peluche. La loba volvió a ladrar, movía alegre la cola. Mei Ling dijo:

 -Ammy quiere que des vuelta a Mogu y le descubras el cuello. Hazlo, hermosa. Creo que quiere darle un regalo.

 Eiko hizo como dijo la abeja. Ammy entonces dio un brinco y con la cola pintó en el cuello del peluche un sol carmesí, uno con rayos como haría cualquier niño. La Principita, entre sollozos y risas, abrazó a Mogu. Mei Ling, muda de la admiración y profundamente conmovida, como entreviendo que el dibujo de Ammy entrañaba mucho más, con voz temblorosa exclamó:

 -Oh, Okami…

  Con un simpático ladrido, Ammy interrumpió a la abeja, que asintió con la cabeza. La Principita habló a su peluche:

 -Mogu, ¿te gusta el sol que te hizo Ammy?

 La pequeña dio un apretón a la barriga de Mogu. Para su preocupación, el peluche no respondió «kupo». Miró a Mei Ling, que procurando contener la emoción que la dominaba, comentó:

 -Mogu está dormida, Principita. El viaje ha sido largo para ella. No te preocupes, cuando despiertes por la mañana, podrán charlar a gusto.

 Eiko, por fin, cargó la mochila a la espalda y se dispuso a marchar, algo menos triste. Con Mogu acurrucada bajo el brazo, la sombrilla de Kaguya abierta y Mei Ling cual pendiente en la oreja, caminó con paso ligero hacia la puerta torii. Ammy sonrió para sí. La niña parecía toda una princesita de Kamiki. A poco de atravesar la puerta, Eiko miró hacia atrás. Quiso saludar una última vez a Ammy. Pero no la encontró. Observó con pena que ya no estaba y exclamó:

 -¿Ammy ya se fue?

 La abeja revoloteó de la oreja de la niña y buscando animarla le indicó:

 -Mira hacia allá.

 Eiko miró hacia la lejana puerta torii de la que había partido. Encontró que el cielo estaba aclarando. Amanecía. El sol asomaba rojo sobre la puerta torii, la pequeña pestañeó. Mei Ling dijo:

 -Puedes saludarla igual, Principita. Ella seguro te estará mirando.

 La Principita dejó a Mogu entre los pliegues del kimono y agitó la mano repetidas veces mientras gritaba «Ammy» y el sol brillaba cálido en sus ojos todavía llorosos.

Ep Sig:


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