El panal de abejas
Las niñas se pusieron en marcha. Silky iba delante tirando de la mano a Eiko, que recelaba del sombrío empedrado que se hallaban transitando, un cerrado sendero enmarañado de cerezos llorosos donde no había más luz que la dada por las farolas de piedra puestas a lo largo del camino. El sol comenzó a titilar en las flores más altas, cubiertas de rocío. La senda, para tranquilidad de la Principita, se fue abriendo. Silky se detuvo de golpe; agazapada, indicó a que Eiko hiciera lo mismo, y señalando hacia delante pidió que mirara. La Principita exclamó:
-¡Un guardia!