Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 49

Kaguya

 Yomigami, después de recibir complacido el tierno saludo de Eiko y Mogu, continuó su charla con Ammy. La Principita se quedó mirando al dragón y se preguntó si el dragón que buscaban despertar con Ëlen a través de las esferas sería igual de grande y si tendría la misma apariencia de un dibujo. Se preguntó luego si Ammy llamó al dragón para que los llevara hacia el otro lado del Río de los Cielos. Con ilusión, exclamó:

 -Mogu, ¿te gustaría volar en el señor dragón?

 -«Kupo».

 -¿No te daría miedo?

 -«Kupo».

 -A mí tampoco. ¡Qué emoción! Mei Ling, ¿el señor dragón nos va a llevar hasta la puerta de allá?

 La abeja, divertida por la alborotada imaginación de la niña, dijo:

 -No, Principita, Ammy nos llevará. Yomigami tan solo le brindará un poco de ayuda. Mira, se está despidiendo.

 El dragón alzó una de las garras delanteras y saludó sonriente a Eiko. La niña respondió con la reverencia que le había enseñado Mei Ling. También Mogu. Yomigami entonces brilló y, con Eiko que lo saludaba con la mano, desapareció entre una maraña de rayos y truenos. Las estrellas de su constelación parpadearon. La Principita comentó con alegría:

 -¡Una luciérnaga! ¡Yomigami se convirtió en una luciérnaga!

 Del sitio dejado por el dragón revoloteó hacia Ammy una lumbre violácea. La niña observó con algún desencanto que no se trataba de una luciérnaga.

 -¿Qué es? ¿Es una de esas letras raras que parecen dibujitos?

 -Así es, Principita. Digamos que es un encantamiento, como una palabra mágica que Yomigami enseña a Ammy para que podamos cruzar el Río de los Cielos.

 La lumbre llegó hasta Ammy y se estampó bajo su cuello, que brilló unos segundos con el carácter extraño. Ammy dio un ladrido. La Principita miró hacia la puerta luminosa, que estaba lejos. La loba entonces pegó un salto, y como había hecho con la constelación que contenía a Yomigami, se puso a pintar el cielo, que nuevamente había adquirido la apariencia de un lienzo color sepia, con la cola. Cuando Ammy concluyó su trabajo, donde antes había una insondable noche ahora surgía un extenso curso de agua salpicada de luces. La Principita exclamó:

 -¡Qué hermoso dibujo, Ammy!

 Mei Ling comentó:

 -Este en verdad es El Río de los Cielos, Principita.

 -¿Y esas luces? Son muy lindas. Parecen pececitos de colores.

 -Esos pececitos son las estrellas reflejadas en el agua. Recuerda que estamos a poco del cielo, así que por esto las encuentras tan grandes. Bueno, es hora de tomar nuestra barquita. ¿Estás lista?

 -¿Barquita?

 Ammy ladró buscando la atención de la Principita y caminó hacia la orilla. Con la cola, bajo el cielo sepia de siempre, dibujó un círculo sobre el agua, entonces una amplia almohadilla de lirio, con la flor rosa a un costado, sorprendió a la niña. Ammy saltó hacia a la almohadilla. Mei Ling dijo:

 -¿No es hermosa nuestra barquita? La pequeña, que exultaba, caminó despacito hacia la almohadilla. Cuando se iba a sentar, al modo despatarrado de una niña de su edad, la abeja indicó:

 -No, Principita, así no, no corresponde con la vestimenta que llevas. Siéntate sobre los talones, con las rodillas sobre el piso y la espalda recta cuanto puedas. Perfecto. ¡Qué hermosa te ves! Pareces la mismísima princesa Kaguya.

 La pequeña, que retenía sobre el regazo a Mogu, preguntó:

 -¿Kaguya?

 -Kaguya era una princesa de la tierra de Ammy. Como tú ahora, vestía kimono y llevaba el rostro pintado igual de blanco y los cabellos, aunque mucho, pero que mucho más largos, igual de adornados con flores, aunque a veces también con un peine para ornamento. Durante el viaje te contaré de ella.

 Ammy, para echar a andar la almohadilla de lirio, recurrió a un suave viento, nacido también de su cola y su portentoso arte para la pintura. La barquita, pues, marchó plácida a través del Río de los Cielos. Eiko, a poco de avanzar, llevó una mano hacia el agua queriéndola rozar con los dedos, pero no se mojó con ella, sino que sintió un aire espeso la cosquilleaba. Mei Ling, ante la perplejidad de la niña, comentó:

 -Como verás, no se trata de agua, o más bien del agua común que conocemos. Ay, ¿cómo te lo explico, Principita?

 Para alivio de la abeja, la niña no había olvidado a Kaguya:

 -¿Y quién era la princesa Kaguya? Dijiste que me ibas a contar de ella.

 Mei Ling accedió con gusto al pedido de la niña. Para esto, recurrió al relato que Ëlen conoció con la obra de títeres del Espantapájaros. Pero a mitad del relato Ammy la interrumpió. La loba ladraba mirando hacia la luna. La abeja exclamó:

 -¡Oh, Principita! ¿Puedes verla?

 La pequeña observó detenidamente la luna, que estaba en su cuarto menguante. Como si presenciara un teatro de sombras, vio una ligera figura que cerraba una sombrilla y se sentaba con gracia sobre los talones y las rodillas en el plateado suelo, casi todo cubierto por un larguísimo vestido y unos cabellos que se derramaban interminables. La figura dejó la sombrilla a un costado y extrajo de las amplias mangas del vestido un objeto rectangular, que ante un grácil movimiento de muñeca descubrió un abanico. La Principita preguntó:

 -¿Es una mujer? ¿Quién es?

 La abeja, divertida, exclamó:

 -¿No lo imaginas?

 -¡No! ¿Es Ithil?

 -Jo, jo. No, preciosa. Oh, espera, Ammy quiere que la veas bien.

 Sobre la cabeza de la loba, apareció un espejo de mano, el mismo que tiempo atrás Ammy había prestado a Eiko. La niña lo tomó y se miró. Pero para su sorpresa no encontró su rostro, sino, y como si observara una imagen reflejada en un lago, a una bellísima mujer que le sonreía y la saludaba delicada con la mano; con la otra, agitaba un abanico decorado con una pintura de bambúes. Mei Ling dijo:

 -Es la princesa Kaguya, Principita.

 La niña enmudeció. Animada por Mei Ling, la saludó feliz. Kaguya, entonces, guardó el abanico y tomó la sombrilla, y con una amable sonrisa se la ofreció a Eiko. La pequeña acercó la mano y para su asombro la sombrilla emergió del espejo, ahora fragante a crisantemos. La imagen del espejo se fue desvaneciendo, y con ella Kaguya. La Principita, dichosa, regresó el espejo a Ammy, y se apresuró a abrir la sombrilla, que era color violeta y estaba decorada con un paisaje donde había un bosque de bambúes, una luna y un conejo.

 -¡Qué hermosa, Principita! ¡Una sombrilla era lo que faltaba para completar tu atavío para este viaje!

 La pequeña río cantarinamente. Con mogu en el regazo, exclamó mientras miraba hacia la luna:

 -Mogu, ¿viste qué hermosa que era la princesa Kaguya? Cuando sea grande quiero ser igual de hermosa. ¿Te gusta la sombrilla que me regaló?

 -«Kupo».

Ep Sig:

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