El melocotón
Pasada las risas con la ranita que había devorado la polilla que rondaba la farola, Eiko, a pedido de Silky, dejó que la rana regresara a los lirios con sus hermanas, y se dispusieron a seguir navegando. La niebla se había disipado, el sol se derramaba radiante en el agua. La Principita sopló la farola, no sin haber protestado lo suyo hasta que Silky le dijo que cuando oscureciera podría volver a jugar con ella, y la dejó apagada a un costado. Silky entonces dio una larga y pesada palada y echó a andar el bote.
Dejados atrás los lirios de agua, con el bullicio de las ranas que las acompañaron un largo tramo, las niñas vieron un árbol de flores rosas sobre una lomita que asomaba del río, a un costado de la montaña derecha. Eiko observó que el árbol no era un cerezo, o que al menos no se parecía a los que había visto en el castillo. Silky, sin dejar de darle al remo, dijo:
-Eiko, pararemos bajo el melocotón. ¿Tienes hambre?
-¿Melocotón? ¿Qué es eso?
-Ja, es un durazno.
-¿Un durazno? ¿Y por qué lo llamas melocotón?
-Pues, porque aquí lo conocemos así. Además, ¿no te parece que melocotón se oye más lindo que durazno?
La pequeña se mostró vivamente de acuerdo.
-Sí, se oye chistoso, ji.
-¡Ni hablar! Bueno, nos daremos un festín con los melocotones, y también con las nueces, ¿verdad, Mogu?
-¡Por supuesto, kupo! ¡Demos fuerte al remo! ¡Las nueces no esperan, kupo!
-Ja, de acuerdo. Y, Principita, cuando lleguemos nos quitaremos el sombrero y la capa, que hace algo de calor.
Llegaron. Silky arrimó el bote a la orilla y saltó a la sombra del árbol, bajo la que crecía un pasto ralo salpicado por nueces y restos de melocotón. La niña amarró el bote en el tronco y entonces Eiko, con Mogu revoloteando atrás, corrió hacia el melocotón, y con la cabeza echada hacia arriba entre risas se puso a hacerle fiestas como un cachorrito. Unas golondrinas, nerviosas por la bulla de la intrusa, volaron del árbol en busca de un sitio más apacible. Silky sonrió. Tuvo fuertes ganas de acompañar a la pequeña, de tomarla de las manos y ponerse a bailotear con ella y dar vueltas y vueltas hasta que felices cayeran rendidas al suelo, pero se contuvo. Llevaba puesta la máscara del Kitsune, debía guardar decoro por su terrible apariencia, se convenció. La niña desenvainó la espadita de bambú, y sin dejar de mirar a la Principita dio recto hacia arriba. Un melocotón cayó a sus manos, luego otro. Se sentó entonces de espaldas al tronco, e invitó a que Eiko la acompañara. Esta corrió a pegarse a ella, y con Mogu sentada en el medio saboreando una nuez, ambas disfrutaron de los melocotones.
El intenso dulzor del manjar no tardó en arrebolar las mejillas de la Principita. Silky la observó de soslayo, llena de ternura. Ella había crecido y vivido entre muñecas y peluches, con la excepción de Fenris, y no sabía bien cómo debía conducirse con la niña. No se animó a rozarle la mejilla como lo ansió. Entonces, como había hecho ya ante una incomodidad de sentimientos parecida, se cubrió el rostro con la máscara, y fue y se arrodilló ante la pequeña, quien la miró con los ojos redondos y el melocotón a medio morder, y después de ulular como un fantasma jocosa la jaló de las mejillas hasta hacerla patalear y llorar de la risa mientras decía «soy la niña zorro y me comeré esas mejillas como a un melocotón, jo, jo».
A todo esto, Mei Ling despertó. Quería saber en qué andaban las niñas. Lo que vio le humedeció los ojos. Se sintió feliz por Silky, que nunca había tenido una niña con la que jugar y a la que mostrar cariño. No le importó que el Vals Negro las estuviera buscando, no iba a estropear la dulzura de la intimidad de las niñas, que sentadas a la orilla del melocotón, tomadas de la mano y chapoteando descalzas en el agua, charlaban mientras comían del árbol…
-Y así, Principita, es que Momotaro, con la ayuda de sus valientes amigos, el perro, el mono y el faisán, dio su merecido a los monstruos que molestaban a las gentes de su aldea, y regresaron a casa cargados de tesoros y fueron recibidos como héroes. ¿Te gustó el cuento del niño melocotón?
-Sí, ¡es muy lindo!
-¿Viste? Me lo contó Kushinada en su molino, un tarde en la que preparaba onigiri, el dulce preferido de Momotaro. Me contó otras muchas historias de Kamiki. ¿Quieres que después te las cuente?
-Sí.
-De acuerdo… ¡Oye, Mogu! ¡No creas que no te he estado mirando, ja! ¡Para ya con las nueces!
Ep Sig: →
*Si quieren saber de Momotaro: link
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