Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 48

Yomigami

 Eiko, jocosa con su kimono y deliciosamente torpe con cada esforzado pasito que le demandaban las sandalias okobo, atravesó con Ammy y Mei Ling la puerta que se abría cegadora del tronco de Konohana. Llegaron al Río de los Cielos. Del ocaso en la bulliciosa Kamiki, el grupo pasó a una callada noche, con una luna menguante próxima y alegre. En el suelo cubierto de hierba, había dos llamas que crepitaban en cuencos puestos sobre trípodes de madera y que abrían paso hacia un puentecito. El grupo fue hacia el. La pequeña exclamó:

 -¡Qué grande que está la luna!

 La abeja comentó:

 -Es que estamos cerca del cielo. Fíjate que las estrellas también lucen más grandes.

 -Sí, se ven muy lindas. Parecen luciérnagas. Uy, ¡ahhh! ¡Gracias, Ammy! Casi me caigo. ¡Qué duras son estas sandalias! ¿No puedo ir descalza?

 Mei Ling, con la niña que se incorporaba después de haber sido salvada del traspié por la loba, dijo:

  -¡Jo, jo! ¡No te distraigas demasiado! Cuando quieras comentar alguna cosa, mejor para, ¿sí? ¿Y cómo que descalza? De ninguna manera, Principita. Estás monísima así y así te quedas.

  El grupo dejó atrás el puentecito, que causó alguna inquietud a la niña, pues a sus costados se abría un abismo de nubes, y se encaminó hacia la puerta torii que asomaba sobre la colina de la izquierda. Había arbustos desperdigados por el camino, algunos con vasijas medio ocultas que causaron la curiosidad de la Principita. Ammy, para regocijo de la niña, corrió hacia las vasijas que tenía a un costado y de un topetazo las hizo añicos. Entre los restos de cerámica, había caramelos. Mei Ling dio permiso a Eiko para que comiera no más que uno, pues consideraba que había comido demasiados dulces por el día, y siguieron camino. Pero no tardó en surgir otra cuestión a la pequeña, que pareció turbada por algún olvido; se apresuró hacia su mochila, que colgaba del cuello de Ammy. Con Mogu en brazos, alegre señaló:

  -¡Mogu! ¡Mira que lindas las estrellas!

  La pequeña dio un apretón a la barriga del peluche, que con tierna vocecita respondió «kupo».

 -¿Te gusta mi vestido? Me lo regaló Sakuya, la hadita del árbol Konohana, que es un cerezo enorme. Se llama «kimono». ¿No parezco una mariposa?

  -«Kupo».

  Luego de una animada serie de «kupo», Mei Ling invitó a la pequeña y a Mogu, y también a Ammy, que se había prendido a la simpática charla, a proseguir. Llegaron a la puerta torii; la colina se hundía abrupta hacia el abismo. El grupo se detuvo. Observaron hacia la formación montañosa que había a lo lejos y que la Principita encontró que fulguraba como Konohana.

  -Otra puerta, pequeña. Ella conduce al otro lado del Bosque de Bambúes en el castillo de Silky.

  -¿Cómo llegaremos? No hay ningún puente.

  -Eso será cosa de Ammy, jo.

  Ammy dio unos ladridos hacia una formación de estrellas, que resplandecían azules y aparecían como dibujadas por un niño. Mei Ling preguntó a la niña:

  -¿Qué ves, Principita? ¿No te parece que esa constelación tiene la figura de un animal?

  La pequeña observó con seriedad y exclamó:

  -¡Sí! ¡Parece una víbora! ¡Qué miedo!

  -Jo, jo. Cierto, pero temo que a la figura le falta una estrella, así que a lo mejor resulta que es otro animal. ¿Por qué no tomas el pincel que te regaló Issun y pruebas a dibujar la estrella que falta? Con un simple punto bastará. A lo mejor ocurre algo maravilloso, ¿verdad Ammy?

  La loba meneó la cola alegremente. Eiko fue por la mochila y tomó el pincel, todavía húmedo de tinta. Levantó la mano hacia las estrellas y como si el cielo fuera un pergamino, estampó un punto por estrella. La pequeña miró con ansiedad la constelación. Para maravilla y suma felicidad de la niña, el punto que había pintado se convirtió en una estrella, que se incendió y cayó como una estrella fugaz. Mei Ling dijo:

  -Oh, qué hermosa estrella, Principita. ¡Pero te ha salido una estrellita fugaz la muy traviesa, jo, jo!

  -¿Quieres que dibuje otra? Seguro que esta se queda quieta.

  -Claro.

  La niña dibujó otra estrella, con idénticos resultados. Pero no le preocupó demasiado y continuó dibujando estrellas con incansable entusiasmo por más que se le escaparan traviesas de la pintura. Mei Ling dijo:

  -¡No hay suerte, Principita! ¡Tus estrellas son muy revoltosas! ¿Por qué no le pedimos a Ammy que dibuje una, a ver qué sucede?

  Eiko miró con perplejidad a la loba y exclamó:

  -¿Cómo? ¡Ella sabe dibujar!

  -Ji, ¿qué dices, Ammy?

  La loba dio un alegre ladrido y con un salto giró con la cola levantada hacia el cielo. Eiko miraba con los ojos redondos. El cielo se había vuelto un lienzo color sepia donde la cola de Ammy, ennegrecida con tinta, pintaba una estrella. El lienzo se desvaneció y la constelación por fin se mostró completa. Las estrellas que la componían brillaron y una inmensa figura emergió atronadora. Eiko batió las palmas para festejar la maravilla obrada por Ammy. Se trataba de un dragón que parecía salido de un dibujo, pues era todo de papel; de mitad de la cola le colgaba un pergamino. Tenía aspecto de venerable anciano. Con voz profunda y reverente, habló a Ammy en un idioma que la Principita no pudo comprender, excepto unas palabras que había oído de Sakuya, «Okami Amaterasu». La niña pensó en preguntar a Ammy sobre esa persona, pero el dragón aproximó la cabeza hacia ellos y se la quedó mirando. Los bigotes le flotaban larguísimos. La pequeña extendió una mano y sonriente y tierna los acarició. El dragón sonrió amable. Mei Ling comentó:

 -Se llama Yomigami, Principita. Es un amigo de Ammy. No puedo entender su idioma, pero seguro está a gusto por tu visita. Salúdalo inclinando el cuerpo hacia adelante y juntando las manos bajo la cintura. Es una costumbre en la tierra de Ammy, y lo pondrá contento.

  La Principita hizo como pidió Mei Ling.

  -Hola, Yomigami. Soy Eiko.

  Para la gracia del dragón, añadió:

  -Y ella es Mogu. Mogu saluda a Yomigami como dijo Mei Ling.

  -«Kupo».

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