Las aventuras de la Principita Eiko – Ep. 65

El panal de abejas

 Las niñas se pusieron en marcha. Silky iba delante tirando de la mano a Eiko, que recelaba del sombrío empedrado que se hallaban transitando, un cerrado sendero enmarañado de cerezos llorosos donde no había más luz que la dada por las farolas de piedra puestas a lo largo del camino. El sol comenzó a titilar en las flores más altas, cubiertas de rocío. La senda, para tranquilidad de la Principita, se fue abriendo. Silky se detuvo de golpe; agazapada, indicó a que Eiko hiciera lo mismo, y señalando hacia delante pidió que mirara. La Principita exclamó:

 -¡Un guardia!

 Mogu, con el pompón de la cabeza que le brincó inquieto, asomó de la chaqueta de la pequeña y exclamó:

 -¡Qué miedo, kupo!

 Silky, tajante, susurró:

 -¡Guarden silencio, o nos descubrirá!

 A unos metros de las niñas, un guardia del Batallón Pluto, reclinado contra uno de los pares de cerezos que cerraban el bosquecillo, saboreaba la pata asada de un sapo; a un costado titilaba otra farola de piedra. El copioso enramado de los árboles no dejaba ver hacia donde conducía el camino, aunque el sol ya se atisbaba claro.

 La Principita, en voz baja, preguntó:

 -¿Qué hacemos? ¿Llamamos al Bonta?

 Silky, pese a cierta reserva de Mei Ling y el Bonta, había logrado que el peluche le permitiera, por un tiempo al menos, conducir sola a Eiko, sin la guía y consejo de la abeja, que permanecería dormida, aunque vigilante, en la oreja de la Principita. El Bonta no quiso privar a la niña un rato de diversión despreocupada junto a otra niña, cosa que nunca, por vivir entre peluches y muñecas, había podido experimentar. Y como Eiko era una niña pequeña, sin dudas que a sus ojos tan adorable y vulnerable como cualquiera de sus muñecas, confiaba en que el sentido de protección y no la cabezonería prevalecería en ella, cosa que en compañía de una niña de su edad sabía no habría de suceder. Silky respondió:

 -No, ese guardia será nuestro, ji.

 La niña corrió hacia un lado la máscara del Kitsune y miró con atención en torno al guardia. Se demoró unos segundos en el cerezo contra el que descansaba mascando una hebra de pasto, satisfecho del desayuno, y sonrió con picardía. En un susurro, y mientras señalaba hacia el árbol, dijo a la Principita:

 -¿Puedes verlo?

 -¿Al guardia? Sí.

 -No, cabeza de melón. Mira con atención el tronco del árbol, entre el espacio que dejan las flores.

 La Principita miró donde indicó Silky. Al cabo de unos segundos, una vez que reconoció al par de insectos que merodeaban como nerviosos, exclamó:

 -¡Un panal de abejas!

 -¡Exacto! Ese panal nos será de mucha ayuda. Será muy divertido, ji.

  -¿Cómo?

  -Saca el tirachinas.

  -¿Para qué?

 Silky respondió ofuscada, a la manera del Bonta, cosa que le dio gusto:

 -Oye, mocosa, estoy a cargo. No preguntes, solo haz lo que digo.

 Eiko, después de apucherar un poco, abrió la mochila y sacó el tirachinas. Con una sonrisa, le dio el arma a Silky, que cruzada de brazos se quedó mirando con impaciencia a la niña.

 -¿Y con qué esperas que dispare? Anda, las municiones.

 -¿Municiones? ¿Qué es eso?

 -Maldición. Estoy segura que a tu edad no era tan preguntona. Traes nueces de kupo, ¿no? Dame algunas.

 La pequeña hurgó en la mochila. Contrariada, exclamó:

 -¡No están!

 -¿Cómo que no están? El Bonta no pudo haberte dejado salir al bosque sin nueces para el tirachinas. Busca bien.

 La niña hurgó de nuevo, con la misma suerte. Silky, fastidiosa, y después de echar un rápido vistazo al guardia, para ver si no lo habían alertado con tanto alboroto, decidió buscar ella misma. Pero entonces le surgió una sospecha. Mirando la chaqueta de la Principita, con tono jocoso preguntó:

-Mogu, ¿estás ahí?

 La moguri, que se revolvió bajo las ropas de la pequeña, respondió:

 -No, kupo.

  -¡Oh, qué lástima! Quería preguntarle sobre las nueces de kupo que había en la mochila. A cambio de la información, pensaba darle un pastelito de daifuku que me había quedado. Pero ni modo,  lo comeremos con la Principita, una vez dejemos atrás a ese guardia alcornoque. Eiko, ¿en la aldea de Kamiki probaste este dulce?

 La pequeña observó la delicia que le enseñó Silky, una espesa bolita rosa azucarada. Se le hizo agua la boca.

 -No. ¿Qué es?

 -¿No? ¡Qué raro que Kushinada no te haya convidado con alguna de las cosas ricas de su molino!

 La Principita recordó a la simpática mujer que había conocido no bien llegada a Kamiki y alegre comentó:

 -¡Sí que me convidó algo! Era una bola de arroz riquísima y muy linda, porque tenía ojos y boca pintados, ji. ¡Pero era más grande que esta, y estaba envuelta con una hoja de alga!

 -¡Ah, claro! Hablas del onigiri. Bueno, el daifuku es también un pastelito de arroz, aunque dulce, de la aldea de Kamiki. En la Tierra Media, solo en mi castillo podrás probarlo, ji. ¿Quieres?

 La niña tendió la mano. Cuando la Principita iba a tomar el dulce, asomó la manita de Mogu con la palma vuelta hacia arriba que enseñaba tres nueces de kupo, una media roída. Desde las ropas de Eiko, se oyó a Mogu, que dijo:

 -Toma las nueces, kupo. Aparecieron de pronto, kupo. ¿Me das el pastelito? Teníamos un trato, kupo.

 Eiko, con la voz tan bajita como pudo, acusó a su amiga diciendo:

 -¡Mogu, te robaste las nueces!

 -No, kupo. Cayeron aquí por arte de magia. Palabra, kupo.

 -¿En serio? ¡Mira que si son mentiras te va a crecer la nariz!

  Silky, aguantándose las ganas de reír, tomó las nueces y zanjó el asunto:

 -Bueno, da igual como aparecieron. Lo que importa es que tenemos nueces para el tirachinas. Mogu, cuando dejemos atrás el guardia, te daré el daifuku. Y descuida, enana, tengo más. Ahora escucha…

 Las niñas se pusieron de espaldas contra el cerezo que tenían más próximo y donde no llegaba la lumbre de las farolas de piedra, que podría delatarlas si al guardia se le daba por voltear. Silky asomó del lado derecho del tronco, Eiko se acomodó detrás, ansiosa, con Mogu escondida entre sus ropas. Silky advirtió a la pequeña:

-No te muevas hasta que yo lo haga, ¿entendido? No pasará nada malo.

 La niña entonces tensó el tirachinas y apuntó hacia donde estaba el guardia, y disparó. La nuez de kupo dio en el panal de abejas; el ruido sobresaltó al guardia, que no obstante, prosiguió sin más su siesta. Entonces, para la risa de las niñas, el guardia salió disparado del suelo; entre alaridos, echó a correr en cortos círculos, acosado por el enjambre de abejas del panal que furioso lo empujó a correr como un loco hacia donde estaban las niñas. Cuando el guardia se alejó un trecho, Silky tomó de la mano a la Principita, y a gachas y a paso ligero la arrastró consigo hasta que dejaron la senda de cerezos, que terminaba en el par de árboles donde descansaba el pobre guardia. Bajaron con cuidado hacia la hondonada cubierta de hortensias y lilas que caía de inmediato, y con los gritos del guardia que iban y venían en intensidad, las niñas se tumbaron sobre la hierba y las flores, y entre jadeos rompieron en risas, divertidas por la travesura que habían jugado. La Principita sacó a Mogu de la chaqueta y comentó, exultante:

 -¡Mogu, no sabes el susto que le dieron las abejas al guardia! Silky le dio fuerte al panal con la nuez y las abejas todas volaron a picarlo, ji!

 Silky, con los ojos felices en el cielo, sonrió con ternura. Se sentó con las piernas cruzadas, Eiko se apresuró a imitarla, y extrajo de sus ropas unos pastelitos de daifuku, que, tal como había prometido, repartió entre todas.

Ep Sig:


* Al tirachinas aquí lo conocemos como honda, pero la prefiero a nuestra palabra por que me encanta y por que la veo más apropiada para esta historia. Es una expresión muy kawaii, ja.

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