Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 35

 Preparando a Eiko para el bosque II

 Al cabo de un rato de parloteos y de risas, el Bonta consideró suficiente el recreo que había tomado la Principita para lucir las ropas nuevas y dijo a Vivi:

 -Mago, cubre con este trapo la voluta del báculo y enciéndela. Descuida, apagaremos el fuego enseguida.

 Vivi prendió el báculo en el cántaro de en medio de la mesa que todavía chisporroteaba con los restos de muñeca. Como la magia habría puesto en alerta a las muñecas de Silky, el mago no podía valerse de un hechizo para hacer del báculo una antorcha. El Bonta entonces indicó al maguito que lo siguiera. Caminaron hacia un rincón; había un baúl, el peluche lo abrió y a espaldas de la tea que lo iluminaba extrajo unos artilugios. Vivi apagó el báculo, y regresaron con Eiko y Mei Ling. La Principita abrió grandes los ojos cuando miró la carga sobre la mesa. Preguntó con ilusión:

 -¿Y estos juguetes? ¿Son para mí?

 El osito contestó con su habitual malhumor:

 -Creo haberte dicho que terminó el tiempo para jugar. Este será tu equipo para la misión. Como todas las cosas en este castillo de infantes, guardan la apariencia de juguetes, pero han sido preparados por mí para operaciones de sigilo, claro está, a llevar a cabo por una chiquilla como tú.

 Eiko no se intimidó con el tono serio del Bonta. Toda su atención estaba puesta en lo que para ella, dijera lo que dijera el peluche, eran juguetes. La pequeña extendió poco a poco el brazo y tomó la maza color mora que destacaba entre lo demás; la aferró con las dos manos del largo mango y dio unos rápidos martilleos a la mesa. La maza rebotaba como una pelota, emitiendo con cada golpe un breve bullicio como de pajarillos que causaron la risa de la niña. La pequeña miró al Bonta por si la reprendía. Este, cruzado de brazos, dijo:

 -Dale con la maza a Vivi.

 La Principita no esperó a que le insistieran para ver si había oído correctamente, y con la cara que le radió de travesura miró a su amigo, que estaba sentado a su lado, y entre risas y en un brinco le hundió la maza en el sombrero. Dado lo inmediato y brusco del movimiento, el pobre mago no tuvo tiempo para contener el golpe, por lo que la maza lo sorprendió en un grito y con las manos en alto. Transcurrieron unos segundos, Vivi no se movía. Eiko, blanca del susto, miró al Bonta, que sonreía. Mei Ling, divertida, dijo:

 -Pégale una vez más, y verás.

 Eiko, cuidándose de no pegar demasiado fuerte, pues temía que Vivi quedara peor, asestó otro mazazo. Se oyó el piar de unos gorriones, y entonces Vivi recuperó el movimiento al tiempo que concluía el «noooo» que había proferido ante el primer golpe. El mago se acomodó el sombrero. Desconcertado, y con un ojo en la maza que su amiga tenía levantada como si estuviera esperando permiso para dar otro mazazo, preguntó:

 -¿Qué fue eso? Cuando Eiko me pegó oí pájaros y sentí que adormecía. Pero el golpe apenas que me cosquilleó.

 El Bonta respondió:

 -Esa maza es la la Maza Chillona, nombre, desde luego, no escogido por mí. Cuando da en el enemigo, emite un chillido que indica que lo ha paralizado. El efecto se revierte con otro golpe de la maza, o bien al cabo de una hora.

 Mei Ling añadió:

 -Principita, seguro que has jugado al «encantado», no sé qué nombre le darás, el juego en el que corres a un amigo, lo tocas y lo dejas encantado, como si le dieras con una varita mágica, para que otro amigo después deba desencantarlo, tocándolo de nuevo. La Maza Chillona, funciona así.

 La pequeña contó alegre:

 -Sí, con Ëlen lo jugamos un día con unos niños hobbits en la Comarca. Ellos nos lo enseñaron.

 El Bonta, queriendo ahorrarse la cháchara infantil, interrumpió con el puño en la mesa:

 -Bien, mocosa, con la Maza Chillona podrás librarte de los guardias que estorben tu camino, siempre que los tomes por sorpresa. Pero no lo olvides, usarás la maza cuando lo crea conveniente, ¿de acuerdo? Perfecto.

 El peluche tomó otro de los artefactos que había en la mesa. Eiko creyó haber visto algo parecido en la Comarca, quizás a un niño hobbit; una corta rama, pintada de rojo y con forma de horquilla, que tenía los extremos unidos a través de dos ligas flexibles, de material sin dudas que élfico, que se unían en un parchecito de cuero. El Bonta hurgó en uno de sus bolsillos, sacó una nuez, de un árbol desconocido, y la cubrió con el parche; entonces tensó las ligas, tirando del trozo de cuero y haciendo que el artilugio temblara, apuntó, con alguna incomodidad dado lo enorme de sus manos, hacia la pila de muñecos y soltó. Se oyó un chasquido; uno de los muñecos, una pequeño hurón, se despeñó violentamente.

 Los niños miraron asombrados. El Bonta llevó un trozo de puro a la boca. Sonriendo satisfecho, comentó:

 -Nada mal, nada mal.

 Eiko, curiosa por probar el artilugio, preguntó qué era y si podía usarlo. El peluche contestó:

 -Es el Tirachinas. Eh, rapaces, no se rían. Esto estrictamente es un arma. Me extraña, mago, no lo conozcas. El Tirachinas dispara nueces a gran velocidad; con el, mocosa, podrás ahuyentar alimañas menores como lagartijas o ratones y animales de tamaño medio, como ser gatos salvajes o monos. Es un arma para uso disuasorio, una honda.

 La Principita, que no entendió nada del palabrejo que había soltado el peluche, insistió:

 -¿Me lo prestas?

 Mei Ling se adelantó al peluche y dijo:

 -Dentro de un rato, Principita, que no marcharás sin que esté segura de que lo usarás sin peligro para ti. Pero ahora atiende al osito.

 El Bonta, después de haber insistido  a Mei Ling, con mal tono y el puño en alto, con que no era un «maldito osito», dio cuenta del resto del equipo para Eiko, enseres típicos para la exploración que no requirieron mayores explicaciones. Una mochila rosa sucia por el uso, una cantimplora, un catalejo, un cuchillito de madera, una cuerda élfica, la capita de un peluche para dormir y una bolsa con lembas, el Pan del Camino de los elfos. El catalejo requirió una explicación de Mei Ling.

 -El catalejo, niños, sirve para mirar lo que está lejos como si lo tuvieras a dos pasos. Es un instrumento desconocido en la Tierra Media. Lo usaron, según sé, los marinos Teleri que habitaban, u habitan, no lo sabemos, Alqualondë, y nunca transmitieron el arte de su fabricación.

 Vivi preguntó:

 -¿Y cómo es que disponen de uno? ¿Cómo lo encontraron?

 -Amiguito, no dejas de hacer preguntas perspicaces.

 El peluche cortó agitando su enorme puño:

 -Dejaremos la clase de historia para otra ocasión. El catalejo, como todo en este castillo, es cosa de Silky. En esta habitación no podremos usarlo, pero en cuanto estés en el bosque, mocosa, te diré cómo hacerlo. Ahora pueden tomar un descanso y practicar con el Tirachinas. ¡Con cuidado!

Ep Sig:

bonta-kun fumoffu

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