Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 36

Mogu

 Eiko, tumbada sobre una montañita de almohadones, con Vivi sentado a su lado, se divertía practicando con el tirachinas. Acertar al muñeco que el mago había dejado a un par de pasos, un tronco de aspecto asustadizo y que tenía una recta y larga nariz que terminaba en un ciruelo seco, le demandó una bolsita de nueces, pero como el Bonta dijo que bastaba con que la munición no diera lejos, pues cualquier animal echaría a correr cuando sintiera que algo chasqueaba en los alrededores, la niña no dio importancia a su mala puntería.

 A todo esto, el Bonta recibía un reporte de Mei Ling 3. La abeja contó que el Espantapájaros había hablado con Ëlen y que el muñeco no tuvo mayores dificultades para ganar la confianza de la niña, todavía convertida en Pulgarcita. El Espantapájaros, relató la abeja, un tanto avergonzado por la incomodidad de tener que agacharse y poner el rostro casi a la altura del suelo para hablar con la pequeña, que lo miraba entre curiosa y temerosa por la ventana de su casita de hobbit, con un regadero en las manos y habiéndose negado a salir porque «no debía abrir la puerta a extraños», comentó que estaban buscando a sus amigos, y que cuando los encontraran convencería a Silky para que pudieran regresar a la aldea y que en disculpa de las molestias, los cargaría con cuantos juguetes pudieran llevar. Entonces las muñecas, después de que se marchara el Espantapájaros, quien por cierto tenía el brazo manco recuperado, o más bien rehecho, y con la condición de que un mago negro las acompañara, llevaron a pasear a Ëlen por el castillo. La abeja concluyó:

 -Bonta, ¡tendrías que haber visto la tropilla! Las muñecas en caballitos de madera que marchaban torpes y terriblemente bulliciosos por el redoblar de las paletas. ¡Y la niña! ¡Qué feliz que lo miraba todo por la ventanita resplandeciente de su carruaje, una calabaza tirada por ratones, tan monos con sus cofias y chaquetas que Pulgarcita no les tuvo miedo y los tomó por bellos corceles!

 El peluche, que no tenía paciencia para más cuentos de Pulgarcita, despidió exasperado a la abeja. Entonces comentó a Mei Ling:

 -Espantajo astuto. Dejó que la chiquilla fuera de paseo porque ha visto que las muñecas le han tomado afecto y que sería peligroso querer apartarla de ellas. Esto nos dará tiempo. Bien, a lo nuestro. ¡Eh, rapaces! ¡Fin del recreo!

 Vivi regresó con el Bonta y se sentó a la mesa. La Principita, por su parte, pidió un ratito más de recreo, ya que no se había olvidado de la muñeca que había quedado en buscar, así que la pequeña, con la compañía parlanchina de Mei Ling, sentada y con las piernas enterradas en la montaña de juguetes, se lo pasó en grande escogiendo entre la incontable variedad de muñecas y peluches que eran todos para ella. Largos minutos después, Eiko, feliz, enseñó a Mei Ling su elección.

 -¡Mira qué lindo! ¡Un cerdito con alas! ¿Me lo puedo llevar?

 Mei Ling revoloteó exaltada y exclamó:

 -¡Oh, Bonta! ¡Mira!

 El peluche se levantó echando maldiciones del suelo, donde había buscado un poco de calma para mascar de su puro. Se demoró, ceñudo, en el muñeco que le enseñaba la niña y murmuró:

 -Maldito seas, Espantapájaros. Mocosa, ven.

 La Principita corrió hacia el Bonta. El osito entonces le pidió el muñeco que traía de la mano, que la niña entregó después de que Mei Ling le asegurara que el peluche no habría de usarlo para avivar la fogata como había hecho antes con la muñeca que le había dado. Como comentó la pequeña, se trataba de un peluche que podía recordar a un cerdito; era blanco como una nube, algo barrigón y vestía chaqueta rosa. Tenía las orejas puntiagudas, la nariz naranja y toda redonda y los ojos graciosamente rasgados; en la espalda llevaba un par de alitas violáceas como de murciélago, y de la cabeza le caía una suerte de largo y grueso cabello que terminaba en un inquieto pompón naranja. Eiko preguntó:

 -¡Es muy lindo! ¿Te gusta?

 El Bonta, con pena que no pudo disimular, comentó:

 -Creíamos que el Espantapájaros había dejado que Silky la conservara, aunque sea en el baúl de los juguetes…

 Eiko preguntó:

 -¿Y qué es? Parece un cerdito.

 -Jo, jo, no es un cerdito, y tampoco una criatura que hayas podido conocer. Es un peluche de moguri, una niña moguri, y se llama Mogu.

 -¿Moguri?

 -Así es, pequeña. Pero más no me preguntes, que es todo lo que sé. Lo que sí te puedo decir es que Mogu era para Silky, y estamos seguros que en un rinconcito de su corazón todavía lo es, su mejor amiga.

 El mago, con los ojos entristecidos, preguntó:

 -Ella le dio vida, ¿no? Como ha hecho con los magos negros… Y ahora Mogu yace en este sótano, olvidada como un muñeco más…

 El Bonta se adelantó a Mei Ling:

 -Oye, mago, regresa el drama al sombrero, que luego tú y yo tendremos una larga charla. Pero por ahora no me confundas a la mocosa, que Mogu en verdad nunca fue más que un peluche.

 Mei Ling, por su parte, queriendo que a Vivi se le quitara la pesadumbre, animó a Eiko:

 -Principita, prueba a apretar la barriga a Mogu, y verás.

 El Bonta dio la moguri a Eiko. La pequeña entonces le dio un apretón a la barriga. Mogu, con algo que se oyó como el piar de un canarito y con el pompón que le bailoteaba, levantando un brazo profirió:

 -¡Kupo!

 La Principita río divertida. Mei Ling añadió:

 -Ahora dale dos apretones.

 -¡Kupo! ¡Kupo!

 Un par de apretujones y risotadas después, la niña preguntó sobre el significado de la palabra «kupo». La abeja contestó:

 -No lo sé, Principita. Es una expresión que gustan de usar los moguris, bueno, según sé, que nunca conocí uno. Pero seguro que podrás entender todo lo que Mogu tenga para decirte, ¿verdad?

 -Sí.

 La abeja entonces voló hacia la altura de la cabeza del Bonta y preguntó:

 -¿Qué opinas? Mogu no merece estar aquí, con todos estos trastos; su lugar es con una niña. Silky estaría feliz de saber que su peluche está con una niñita como Eiko.

 El Bonta respondió:

 -De acuerdo. La moguri cabrá dentro de su chaqueta y la chiquilla se sentirá confortada. Bien, mocosa, puedes llevarte a Mogu. Cuídala.

 Eiko dio un par de brincos alegres y después de estrechar cariñosamente a Mogu, la alzó sobre la cabeza hasta donde le llegaron los brazos y exclamó:

 -Eiko y Mogu… amigas para siempre. ¿Estás contenta, Mogu?

 La Principita apretó dos veces la barriga de la moguri, que respondió «kupo, kupo», y entonces la niña con el rostro radiante, contó:

 -¡Mogu también está contenta de ser mi amiga! Mira, Mogu, el es Vivi, un maguito negro, y también es mi amigo. Dile «¡hola!».

 -¡Kupo!

                                                                                      ————————————-

 Eiko, de espaldas a la mesa, estaba sentada en la silla con las piernas dando subes y bajas, calladita y seria. Tenía a Mogu en el regazo. Vivi, con el índice manchado de hollín, le pintaba el rostro con gruesos trazos según indicaba el Bonta; cuando terminó, todos rompieron en risas. La Principita, curiosa, pidió un espejo; con el mago sosteniendo uno, la niña exclamó:

 -¡Mogu, mira! ¡Me veo como un mapache!

 La Principita, por fin, estaba lista para salir de aventuras por el Bosque de los Cerezos.

Ep Sig:

Eiko con su moguri. Final Fantasy IX.

  *Mogu es la inseparable amiga de Eiko en Final Fantasy IX.

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