Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 81

Kokoro wo Tsunaide

 Avanzado el ocaso, con las primeras estrellas titilando y los grillos y los sapos trovando vigorosos, Silky, parada en la popa del bote, daba lentamente al remo mientras examinaba el escarpado islote que venía bordeando desde hacía un rato. Eiko, repuesta del encuentro con el Vals Negro —gracias a la ternura de Mei Ling, que le habló un largo rato antes de, como habían acordado con Silky y el Bonta, volver a dormir ataviando la oreja de la pequeña— y ya toda efusiva y deseosa de más aventuras con Silky, alumbraba con la farola de papel allí donde avistara una abertura entre las rocas. Mogu, trepada al hombro de la niña, también se esforzaba en la pesquisa. No podían hallar la caverna en la que, para ebullición de la Principita, Silky había dicho que habrían de pasar la noche.

 Pero por fin, apenas visible por la tupida vegetación, hallaron la entrada. Esta se abría medio metro por encima del agua y ofrecía a las niñas un paso cómodo a la caverna; Silky había observado con satisfacción que un poquito más que creciera y tendría que encorvarse para poder entrar. Se ilusionaba con crecer rápidamente para que el Bonta le permitiera usar una espada de verdad (cosa nunca prometida por el peluche, por cierto). También, y esto lo imaginaba con rubor, para poder lucir los hermosos vestidos que llevaban las jóvenes elfas en ocasiones festivas y, por supuesto, dado su amor por la tierra de Kamiki, vestir un kimono con todas las pinturas y ornamentos reservados para niñas mayores, mucho mayores, que ella.

 Las niñas y Mogu, después de que Silky amarrara el bote en una de las cañas que se apiñaban alrededor, entraron a la caverna. La espesa oscuridad de esa gran fauce que los habría de hospedar heló los ánimos a la Principita, que se estrechó toda contra el hombro de Silky. Esta, riendo, exclamó:

 -Oye, enana, ¡como me babees el kimono no sabes lo que te espera!

 Habiéndola apartado suavemente, dijo:

 -No tienes nada que temer. Esta caverna es mi escondite secreto…

 La niña sonrió satisfecha al ver que el rostro de la Principita mudó de golpe. Los trucos que de pequeña había aprendido con el Bonta cuando este, en circunstancias similares, buscaba apaciguarle un temor, eran indudablemente efectivos con mocosas.

 Con los ojos bien abiertos, Eiko preguntó:

 -¿Escondite secreto?

 -Sí, ya te contaré. Ahora acomódate allí mientras reparo esta fogata que dejé hace tiempo y que con unas ramitas más y estas piñas que encontré podré encender… Oh, ¿oyen?

 Mogu, que había regresado al hombro de la Principita, respondió:

 -Sí, kupo. Parecen pollitos. Están asustados, kupo.

 Eiko, no muy deseosa de escuchar nada relacionado con “sustos”, preguntó con viva ansiedad:

 -¿Por qué están asustados?

 -Ji, calma. El Bonta me enseñó a apreciar y entender el comportamiento de los animales, algo fundamental para sobrevivir en un bosque, es decir, rayos, no te voy a explicar todo, ya entenderás… Simplemente estos polluelos que están piando sin parar, aún cuando sin dudas están con sus padres, lo están haciendo porque viene una tormenta. Va a llover, y fuerte.

 Como había presagiado la niña, cayó una tormenta, un aguacero azotado por vientos y con rayos que aparecían fantasmagóricos en el cielo, por supuesto, para el desasosiego de la imaginación de la más pequeña. Calmada esta con la máscara del Kitsune que Silky le había colocado sobre la sien, tal felicidad para la Principita que en el acto olvidó todo miedo, ambas niñas cenaron, disfrutando unas deliciosas brochetas de ayu cocinadas por Silky. Con el vendaval todavía arreciando, se dispusieron entonces a disfrutar del soberbio paisaje. Mei Ling, alarmada por la furia de la tormenta, había despertado y volando disimuladamente de la oreja de Eiko se quedó mirando a las niñas. Los ojos se le humedecieron por la ternura, no solo por lo que estaba viendo, sino, y sobre todo, oyendo…

 Con la indispensable lumbre de la farola puesta a un costado, no sea cosa que a algún terror infantil se le diera por hacer una jugarreta a la Principita, ya sin la máscara del zorro, terminantemente reclamada por su dueña, Silky, sentada con las piernas extendidas, los pies al calor de las brasas y arropada con las capas que habían traído con el bote, tenía a la niña acurrucada contra el pecho y estrechada del vientre con los brazos. Mogu, sentadita entre las rodillas de Eiko, saboreaba los restos de brochetas. Las niñas cantaban dulcemente una canción que Silky, había contado a la pequeña, conocía de Kamiki, de dos hermanas, unos años mayores que ella, con las que había hecho amistad (de ellas había aprendido a cocinar pescados en brochetas) cuando tuvo que pasar una fría noche, era invierno y nevaba, en una acogedora, y muy populosa (tanto por sus gentes como por la multitud de animales que estos criaban o que las chicas tenían de mascotas), aldea situada en un apartado bosque del norte de Kamiki.

 La canción hablaba del vínculo estrecho entre dos hermanas, de cómo una confortaba a la otra en sus momentos de temor contándole de las estrellas y de lo amable que eran los cielos mientras le acariciaba los cabellos… La voz de la Principita se fue apagando. Con la pequeña dormida en sus brazos, Silky, habiendo bajado la voz a casi un susurro, quiso seguir cantando un ratito más, pero ya sin la tormenta, que había parado, y con la compañía de la luna que había medio asomado entre las todavía lluviosas nubes…

Ep Sig:


 *Las que cantan son Nakoruru y Rimururu de Samurai Spirits, una versión vocalizada (llamada Kokoro wo Tsunaide)  de uno de los temas más hermosos y probablemente más icónicos de ese videojuego, Banquet of Nature.

*Les recuerdo que el águila amiga de Eiko se llama Mamahäha, por el águila de Nakoruru, claro. Así esto ya les podrá dar idea de lo que significa para mí el personaje.

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