Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 62

¡Vamos a cazar otra carta!

 Silky y Mei Ling regresaron con Eiko, que sentada arriba del cerezo jugaba con Mogu. La moguri se divertía corriendo por la rama donde se encontraban, con la bandana de la niña descuidada y graciosa en su frente. Silky se sentó junto a ellas y con Mogu en el regazo comentó a Eiko:

 -Por lo visto lo primero que tendré que enseñarte es a hacer un nudo, ji.

 La pequeña, con entusiasmo, replicó:

-¡Dale! ¡Es muy difícil!

 -Seguro. Pero no ahora, que tenemos prisa. Mei Ling, cuéntale.

 La abeja voló de la oreja de Silky y se prendió a la florida ramita que caía sobre Eiko. Entonces contó a la niña sobre lo que habían acordado con el Bonta. No mencionó a los Vals Negros. La Principita exclamó feliz:

-¿Voy a ir con Silky? ¡Viva!

 -Así es, enana. Pero más te valdrá que me hagas caso, eh. Mira que de lo contrario te dejaré atada patas para arriba en un árbol para que pases la noche con los búhos.

 Silky observó con satisfacción que el rostro de la Principita palidecía. Dijo para sí:

 -Ja, será divertido poner en práctica los métodos que el Bonta uso conmigo cuando pequeña.

 La niña entonces se arrimó a la Principita, que la miró algo turbada a raíz de la advertencia, y sin más la tomó de la cabeza y le ató la bandana. Le acomodó los flecos del nudo para que le cayeran a los lados del cuello, y se la quedó mirando con embeleso, como cuando acababa de vestir con nuevas ropas a una de sus muñecas. La Principita sonrió. Silky tuvo ganas de tomarla de la mano y de quedarse un rato así con la niña, pero se contuvo, y se limitó a responder con una incómoda sonrisa. Entonces, quizás queriendo hacer a un lado los tiernos sentimientos que la estaban dominando, se colocó la máscara del Kitsune y con las manos en gesto de garras pasó a ulular como un fantasma ante Eiko, que divertida rompió en risas; Silky también se permitió reír, como hacía tiempo, con las ganas y naturalidad que correspondían a una niña como ella, no hacía.

 A todo esto, Mei Ling 3 se había comunicado con el Bonta y contado que Ëlen, después de haber desayunado mochi y chocolatada con las muñecas y Kero y de haberse divertido ensayando poses con Tomoyo, en palabras de la muñeca, “poses lindas” que “la harían brillar como Cazadora de Cartas”, y siempre con el trajecito de rana puesto, pues no se lo había querido quitar para dormir, se disponía a ir por más cartas. Tenía a Kazegami, la carta del viento, en la que había dibujado un caballo, y a Yumigami, la carta de la luna, donde aparecía un conejo en la luna; con la primera podía usar el Bastón de Sello para volar como una brujita en su escoba, con la segunda, crear riquísimos dulces, unas bolas de pasta de arroz  que en Kamiki eran conocidas como mochi. Ambas ofrecían otras habilidades a la Cazadora de Cartas, pero para Ëlen, naturalmente, las mencionadas resultaban las más divertidas.

 Las cartas representaban a su vez una serie de constelaciones que Silky había conocido en la tierra de Ammy, como también la Principita, por obra del arte sublime que tenía para la pintura la loba. Con estas cartas Silky solía divertirse jugando a la Cazadora de Cartas, un juego que era la delicia para las muñecas, Luciérnaga, Lluvia y Mariposa. Estas amaban verla correr por la casa junto a Kero, mientras comían dulces en la cama, desde una bolita de cristal que recibía lo que transmitía Tomoyo. Las cartas tenían poderosos atributos mágicos, y como Ëlen sin querer al abrir el libro que las contenía las había liberado, ahora lo estaban alborotando todo por la Casa de las Muñecas. Kero era el custodio de estas cartas y, dado que Silky no estaba para capturarlas, decidió que Ëlen debía asumir la tarea, encargo que la niña aceptó dichosa. El peluche, por su parte, ya que estarían obligados a recorrer la casa, aprovecharía la oportunidad para saber qué había pasado con Silky y qué tramaba el Espantapájaros. Como había pasado dos años dormido, no tenía idea de lo que había ocurrido en el castillo fuera de lo relatado por Ëlen.

 Tomoyo, fuera de la habitación de Silky, montada a Kero y siempre con la varita puesta sobre el ojo para no perder de vista cuanto hiciera Ëlen, comentó jovial a la pequeña, que flotaba sentada sobre el bastón y no se aguantaba más las ganas de ir por otra carta:

 -Lista, ¿pequeña Ëlen? Antes de partir, no olvides saludar a tus amiguitas, que estarán dándote ánimos durante toda tu aventura.

 La niña, miró hacia la bolita clavada en la punta de la varita de Tomoyo y riendo agitó repetidas veces la mano. Desde el dosel, las muñecas, viéndola a través de su bola de cristal, brincaron de felicidad, y batieron incansables las palmas cuando la niña echó a volar como una brujita de cuentos, cosa que gustaban que la niña hiciera una y otra vez, para ir por la próxima carta.

Ep Sig:

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