Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 45

Ammy

 La tinta derramada por el búho roció toda a la loba, luego de que esta se interpusiera entre el dibujo y la niña. Eiko miró el animal con pena. Su hermoso pelaje salpicado por manchas de tinta. Pensó en dar su merecido a Issun, pero entonces vio que la loba se había agazapado y que gruñía al duendecito, y que se lanzaba hacia él.

 Issun reaccionó a tiempo y logró escapar de las fauces de Ammy, como así la había llamado, saltando hacia su hocico, al que dio fuerte con el pincel para alejarse entonces a largos brincos. Ammy con furia fue tras él, procurando a cada zarpazo atrapar entre los dientes al hombrecito, que no dejaba de parlotear cosas ininteligibles. Las risas de la Principita, por fin, pusieron un alto a la persecución. Ammy sacudió su pelaje y, para asombro de la niña, las manchas de tinta cayeron sobre la hierba. La pequeña con alguna timidez se acercó a la loba, ansiaba acariciarla, tocar su hermoso pelaje, blanco y puro como la nieve.

 Ammy se aproximó mansa hacia ella y se dejó acariciar. Eiko estaba feliz. Pero no con la alegría de siempre que acariciaba un conejo o un perro, sino de un modo extraño en el que sintió, sin que pudiera darse cuenta, que Ammy, y de un modo humano, era quien le daba afecto y calor. La pequeña, sacudida por una sensación que solo podía obtener de Melian, en sueños que no podía recordar, por poco rompió en llanto, pero entonces Issun, después de una callada mirada con Mei Ling, sacó el pincel de la funda, extrajo un pergamino del bolsillo y dibujó un búho, similar al anterior, que entre las manos aferraba una caña de bambú, de la que caía un largo hilo rematado por un anzuelo. El dibujo emergió mágicamente entre la hierba. El búho, con suma habilidad y fuerza, lanzó el hilo con un golpe seco de la caña. La Principita sintió que algo se prendía del cuello de su chaqueta y que tiraba de ella. Oyó las risas de Issun, también las de Mei Ling, y cuando quiso acordar, se encontró pataleando como una rana a unos metros del suelo, pescada por el búho.

 La pequeña chillaba. Issun saltó hacia Ammy, que en vano procuró atraparlo entre los dientes, y parado sobre la cabeza de la loba, que dio un par de gruñidos, dijo a Eiko, que no había dejado de alborotar aun cuando el búho la tenía zarandeada en el aire como a un títere:

 -¡Ja! Te lo merecías por insolente.

 -¡Eres un bicho malvado! ¡Le diré a Vivi que te convierta en un sapo! ¡Ya verás!

 -¡Ja, ja! ¡No escarmientas, mocosa! Te bajaré si prometes no volver a llamarme bicho.

 La Principita, lloriqueando, se apresuró a prometer como quería Issun, que se mostró conforme. El búho bajó a la niña. Issun entonces tachó el dibujo con una raya y el búho, con su caña de pescar, desapareció.

 Issun supo de Mei Ling la tarea que el Bonta, con quien la abeja todavía no había podido reanudar la comunicación, había encomendado a Eiko. La Principita, mientras, merodeaba entre los bambúes con Mogu en busca de algún tesoro que añadir a la colección de su saquito, que pensaba en ofrecer a Ëlen a cambio de alguna de las muñecas de Silky. Oyó que Mei Ling la llamaba; corrió hacia ella, con un pequeño cántaro verde en las manos que había hallado entre un arbusto. Pero la mala suerte, atizada por las ansias infantiles, hizo que la niña tropezara y que el cántaro cayera y se hiciera añicos. Había multitud de galletas de arroz y manzana esparcidas por el suelo. Issun, fastidioso, comentó:

 -Vaya mocosa. Ammy, no te las devores todas, que hasta mañana no tendrás más.

 Pero la loba no hizo caso a su compañero y se despachó con ganas con las galletas. Eiko, deseosa de probar alguna, amagó a tomar una galleta, pero, tímida, se detuvo. Ammy, con un corto ladrido, la animó a que comiera. La Principita aceptó contenta y se sentó, con Mogu a un lado, a disfrutar de la merienda.

 Mei Ling e Issun, mientras, prosiguieron con lo que estaban hablando.

 -Tenemos que atravesar ya el bosque, Issun. No quiero que del otro lado nos sorprenda la noche sin un refugio para que duerma la niña.

 -De acuerdo. Dame unos minutos para preparar la tinta y nos pondremos con ello.

 La abeja miró con pena a la Principita, que tenía a Mogu en el regazo y parloteaba incansable y alegre, tanto con el peluche como con la hermosa loba, que respondía a la simpatía de la niña ora con un ladrido, ora con un meneo de cola. Issun, comprendiendo lo que pasaba por la cabeza de su amiga, dijo:

 -Este es el castillo de Silky, Mei Ling, es su propio mundo, con las leyes escogidas por ella. Lo sabes, Ammy no puede intervenir. Además, ¿crees que el cascarrabias del Bonta nos perdonaría si es que arruinamos su misión de rescate con la mocosa, ja?

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