Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 38

 El Batallón Pluto 

 Eiko examinó el suelo con la lumbre. No sabía qué debía buscar. El Bonta se había limitado a pedirle que contara de cualquier cosa que le llamara la atención. La niña dio con un caracol. Sin consultar al osito, lo agarró y se lo quedó mirando ilusionada; pero para su decepción, el caparazón se le partió entre los dedos. La pequeña se apenó y preguntó a Mei Ling por cómo podría reparar la «casita» al caracol, que ella no quiso romperla. El Bonta cortó raudo el asunto:

 -El caracol está muerto, alguien lo habrá pisado. Mei Ling cuando recorrió el árbol no detectó signos de vida, no al menos de nada que tuviera un tamaño relevante, así que tú no puedes haber sido. Procuraremos saber quién fue.

 El Bonta ordenó a la Principita que se «deshiciera» del caracol y que continuará recorriendo el suelo con la farola. La niña pasó un rato dando breves círculos hasta que halló pisadas, según le había advertido Mei Ling, que había volado de la oreja de la niña para echarle una mano con la pesquisa, y se demoró en ellas. Con el aliento y la guía de la abeja, pudo contar al osito que las huellas no pertenecían a un animal y que correspondían a alguien que vestía gruesas y grandes botas. El Bonta dijo:

 -Esa es la información que precisábamos. Ahora seguirás el sendero de las huellas. Mei Ling irá por delante. Presta atención a las pisadas y a nada más. Ve a gachas. Ah, y puedes dejar la farola. Cuélgala a la rama donde estaba.

 La niña recorrió un corto trecho de huellas que la condujo a un muro de rosales. La densa y dulce fragancia que manaba de los arbustos hizo que perdiera de vista las pisadas. Tuvo ganas de sentarse a la hierba para parlotear y jugar con Mogu. Pero el Bonta le pidió que no se distrajera con «tonterías» y que mirara a los costados. La pequeña dio con las huellas a su izquierda; vio que hacia esa dirección la vegetación se hacía menos copiosa, con árboles y arbustos desperdigados lejos unos de los otros, y que bien adelante se levantaba una montaña de color ceniza y aspecto «raro». Lo comentó al Bonta. Este dijo:

 -Eso no es una montaña, je. Pero es una buena oportunidad para que aprendas a usar el catalejo. Vamos, ponte con ello.

 La Principita sentó a un costadito a Mogu, reclinando al peluche junto a una piedra, y hurgó en la mochila. Con el catalejo en la mano, Mei Ling voló hacia su amiga y le explicó lo que debía hacer. La niña se tumbó panza abajo, con los codos firmes en el suelo; cerró el ojo izquierdo, llevó el extremo inferior del catalejo al ojo derecho, y echó a mirar. Pasado el natural desconcierto, y después de una explicación de Mei Ling acerca del funcionamiento del aparato, la Principita encontró divertido mirar con el catalejo. La abeja regresó a la oreja de la niña y el Bonta ordenó:

 -Mira de izquierda a derecha, lentamente, como si trazaras una raya con el catalejo, y dime si algo se mueve por allí. ¿No? Muy bien. Apunta entonces el catalejo hacia la «montaña». ¿Qué ves?

 Eiko apuntó el catalejo hacia donde le había indicado el peluche. Lo que vio la dejó asombrada. Lo que había tomado por una montaña resultó que era un sapo, una enorme mole de piedra erigida dentro de un estanque con aguas salpicadas por flores blancas que la niña no pudo reconocer y que Mei Ling identificó por nenúfares blancos. En los alrededores crecía un bosquecillo de cerezos. Un puentecito empedrado y de barandillas rojas comunicaba la orilla del estanque con la abertura de la oronda farola naranja que el sapo sostenía con la diestra; una lumbre parpadeaba. En la otra mano, cuya palma estaba abierta de cara al cielo, había un nido de pájaros. Por más que se esforzó, la niña no pudo encontrar «pajaritos». De la boca del sapo, para la gracia de la pequeña, pendía una larga pipa que echaba humo. La Principita preguntó a Mei Ling acerca de la curiosa mole. Pero entonces se percató de algo que había pasado por alto y exclamó:

 -¿Quiénes son esos señores?

 El Bonta río y respondió:

 -¡Hasta que los viste! Cuéntanos.

 La niña se demoró unos segundos en las figuras que le presentaba el catalejo y describió:

 -Son dos señores. Parecen de hojalata, como los de un cuento que me leyó Ithïlien, y llevan un casco con forma de durazno. Están sentados en el puentecito, con las piernas en el aire y una rama en las manos. ¿Están pescando?

 Mei Ling comentó:

 -Sin dudas, preciosa. Parece que los soldaditos se han tomado un recreo de su guardia, jo. Pero como Silky se entere que pescan a sus queridos sapos…

 El Bonta completó:

 -Les echaría a Fenrir encima, y después haría que las muñecas los convirtiesen en sapos, para luego arrojarlos al estanque y reponer con ellos a los sapos perdidos. Pero esto antes de que apareciera el condenado Espantapájaros. Hace mucho que Silky no puede visitar su propio bosque. Pero bueno, tú a lo tuyo, rapacilla.

 La niña preguntó:

 -¿Los soldados están pescando sapos? ¡Qué asco! ¿Y para qué?

 El peluche contestó:

 -Los pescan para comer, ¿para qué más? Y los asan en la pipa de la estatua, de pura diversión.

 -¡Qué asco! ¡Yo nunca comería sapos!

 -Pero pescan sapos muy de tanto en tanto, cuando hay muchos y la ausencia de unos tres o cuatro no se notará. Pero basta de cháchara. Lo que importa es que sepas que esos soldados integran la guardia del Bosque de los Cerezos, el Batallón Pluto. Con ellos te las tendrás que ver durante la misión.

 La Principita, después de que se ajustara la bandana, que casi le caía sobre los ojos, pidió permiso al peluche y se sentó un ratito a beber de la cantimplora y a comer de los dulces que había traído a escondidas. Mei Ling parloteaba con ella (y con Mogu). El Bonta aprovechó y fue hacia Vivi, que estaba sentado meditabundo en un rincón, y exclamó con aire jocoso:

 -Eh, don Vivi, ¿por qué esa cara de perro regañado? ¿Qué eres un estropajo que no sirve de nada? ¡Jua, jua! No te preocupes, que para ti también habrá trabajo.

Ep Sig:


batallon pluto final ix

 *El Batallón Pluto comandado por Adabelt Steiner en Final Fantasy IX.



 





Un comentario en “Las aventuras de la Principita Eiko – Cap. 38

Deja un comentario