Recuerdos personales de Juana de Arco, Mark Twain

 Mark Twain es autor de mi libro preferido, Las aventuras de Huckleberry Finn. No saben la alegría que me dio en su momento, a la par que un gran desconcierto, saber que el creador de personajes tan queridos e inolvidables como Huck y Tom Sawyer había escrito una novela sobre Juana de Arco.

 Pasaré a contarles de esta hermosa novela que Twain escribió con desbordado afecto y fervor por la Doncella de Orleans.

 Antes que nada. La obra en castellano se encuentra como Juana de Arco, La asombrosa aventura de la Doncella de Orleans, y es la versión que he leído. Pero para el título de la entrada, por simple gusto, preferí la traducción literal del original en inglés.

 Otra cosa, y ya en relación al autor y Juana. Twain era agnóstico y tenía cierta hostilidad hacia todo lo católico. Entonces, ¿qué lo llevó a escribir sobre una santa católica? Pues, ocurrió que un día caminando por ahí encontró en el suelo un recorte, no sé si de un periódico, que hablaba del martirio de Juana. Se cuenta que Twain, que no sabía de la Pucelle, sintió tal indignación por lo padecido por Juana que buscó saber todo de ella, tanto que ya afamado escritor viajaría a Francia a documentarse durante años sobre su vida. Así nacería esta novela.

 Pero esto no se explica además sin la obsesión de Twain por un ideal femenino de pureza, virtuosidad, candidez, humildad, inteligencia y juventud, que naturalmente encontraba mayor expresión en niñas y muchachas. La Doncella supo expresar en grado inaudito el ideal de Twain, y esto es algo que el escritor durante toda la lectura hará que tengamos presente, tanto que, hay que decirlo, hasta podrá agobiarnos.

 La novela es una narración de la vida de la Doncella a partir de las memorias ficticias de Luis de Conte, que verdaderamente fue compañero de armas de Juana, su paje. Juana nació en la aldea de Domremy, que estaba un tanto apartada del centro del conflicto con los ingleses y borgoñones, aunque no por ello a salvo del pillaje y la peste, que se acercaban inexorables. Juana, desde muy niña, fue sensible al sufrimiento ajeno, pero particularmente al de su país. Por esto, entre sus amigos, y acá notaremos, quizás más que en ninguna otra cosa, la marca característica de Twain, pues las pinceladas con las que bosqueja al grupo de amigos de la infancia de Juana recuerdan a la banda de amigos de Tom, la llamaban «la Patriota», entre otros apodos.

 Siguiendo con la infancia de Juana, el pasaje del Árbol de las Hadas, árbol del que Juana ciertamente habla en el proceso, es hermoso. Con el Twain esboza maravillosamente las ideas que en campaña querría imponer Juana, de que Dios había dado a cada uno su propio país y que por esto los ingleses no tenían derecho a permanecer en Francia como invasores.

 Llegan las «voces» y la narración adquiere un fuerte tono de épica y romance, excepto para los momentos dedicados a los compañeros de Juana, que como comentaba recuerdan, por las picardías y fabulaciones quijotescas de un par de personajes, a Tom y sus amigos. Pero como la narración está construida a partir de memorias, el autor se permite además amplio margen para sus propias reflexiones acerca de cada paso o decisión tomada por Juana. Todas son loas para la Doncella.

 Esto lleva al retrato que Twain quiere tengamos de Juana. Ilustro con una pintura.

Juana de arco, en el Paraíso, con los ángeles

 Juana por Mark Twain. Una chica de 17 años que es toda belleza, toda pureza, toda fe y piedad, toda humildad, toda paciencia, toda inteligencia y toda ingenua bravura. Pero cuidado, Twain no escribe la biografía de una santa, no estamos ante unas Florecillas, cuenta simplemente, y con los pies siempre en la tierra, sobre una joven católica a quien admiró como a nadie. No está demás decir que el escritor se inspiró en su hija Susy Clemens para construir el carácter de Juana. Según él, a la edad de la Pucelle, eran iguales. 

 Juana, por otro lado, no es una chica que anda por la corte o entre sus soldados como una mística profética y rigurosa, que es la imagen que se suele tener de la Doncella. Juana es una chica risueña, que se da a la risa. La risa en una joven, me permito suponer a partir de lo que se cuenta con alguna perplejidad y suspicacia sobre el escritor, habrá sido música para Twain, una fuerte expresión de candor, y por esto la Pucelle, cuando lo permita el relato, nos sorprenderá buenamente con su risa. Esto, por supuesto, hasta el proceso en Ruan.

 Con Juana ante el tribunal de la Inquisición, el relato se vuelve doloroso y sombrío. No obstante, las propias palabras de Juana consignadas durante el juicio, que la muestran por demás digna, estoica, ingenua, piadosa, incisiva y brillante, permiten a Twain cantar con mayor fervor, aunque con indisimulada amargura y pena, a la Doncella.

 Es todo. En palabras del propio Twain, la novela es expresión de amor hacia Juana, y como tal, al lector de nuestro siglo podrá empalagar con tanta alabanza hacia una protagonista que de lo idealizada puede llevar además a la incredulidad y, peor, al aburrimiento. Pero, y como dice el mismo escritor, Juana de Arco es una personalidad única en la historia, un personaje perfecto y hermoso, y por esto animo con ganas a que lean lo que Twain con devoción casi filial escribió sobre ella. 

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