La pintura de Cham-Cham
Ëlen observaba intrigada la caracola. La pequeña no sabía qué hacer. Había querido atar la caracola al pecho del niño, pero no obtuvo más que ofuscadas volteretas y alaridos. Cham-Cham, viendo que la pequeña no lo comprendía, tomó la varita que había arrojado al suelo y se dispuso una vez más a bosquejar lo que deseaba. Pero entonces pensó en la gruta y con un jubiloso «Cham-Cham» tomó de la mano a Ëlen. La llevó hacia el estanque, y saltó con ella al agua. La Principita, pasado el desconcierto por el brusco proceder del niño, corrió tras ellos con la chimpancé y un par de monos pegados a sus talones.