Un mensaje para Eiko
Mogu, con un trozo de pescado a medio morder en la boca, voló hacia la bola de cristal, curiosa por lo que tenía emocionada a Eiko y sorprendida a Silky. La moguri vio a Ëlen dando con el bastón al hilo del barrilete y preguntó:
-¡Qué monada, kupo! ¿Quién es esa niña, kupo?
Antes de que Silky respondiera, la Principita, feliz, comentó:
-¡Es mi amiga Ëlen! ¿Viste que linda que está con ese disfraz de conejito?
La pequeña entonces reparó en que no sabía qué estaba haciendo su amiga y por qué la estaba viendo a través de la bola de cristal. Silky mientras miraba, todavía perpleja, cómo la niña liberaba a Kazegami en un escueto torbellino que impulsaba el barrilete hacia el cielo, comentó:
-Ëlen…
La niña titubeó. De pronto, los celos por Ëlen la enardecieron, tal cual había sucedido cuando la conoció. Volvió a temer que la pequeña hubiese llegado para quedarse con sus muñecas y juguetes, ¡y por si no fuera suficiente sus cartas de Kamiki! Pero entonces la vocecita de Eiko, que le preguntaba, compungida, por qué lloraba, la sacudió. La sombra del Espantapájaros que pugnaba por dominar su mente desapareció; aliviada, se secó las lágrimas con el puño y continuó:
-No es nada, Eiko. ¡Ëlen está jugando a la Cazadora de Cartas! ¡Oh, Kero!
La Principita miró maravillada al peluche que revoloteaba nervioso alrededor de Ëlen y que la animaba a que remontara el barrilete. Oyó además una voz dulcísima que también daba ánimos a su amiga. Silky comentó:
-Esa que oyes es Tomoyo, la muñeca de la que te conté hace un rato y por quién ahora podemos ver a Ëlen. ¿Recuerdas?
-Sí.
La niña pensó en que la muñeca no podría más de la dulzura por lo mona que estaba Ëlen y sonrió con melancolía. Hacía tiempo que no recibía el cariño de Tomoyo. Imaginó, con algo de celo, pero esta vez sin nada de rencor, a la muñeca con Ëlen sentadita a la cama mientras le peinaba los cabellos para luego armarle amorosa las trenzas tal como solía hacer con ella. Pero la bulla de Eiko hizo que volviera su atención a la bola de cristal…
Ëlen había logrado remontar el barrilete. Silky entonces se alejó para dejar de oír lo que sucedía. No quería arruinar la intención de Moegami. En la orilla del melocotón, mirando el cielo dijo:
-Eiko, Mogu, vengan. ¡Moegami está volando! Será más lindo si lo miramos directamente.
Ëlen cuidaba del barrilete con graciosa firmeza y el rostro arrebolado de la alegría. Cuando le indicaba Kero, daba un tirón con el hilo para que Moegami no se perdiera entre las nubes que tenía por encima. Tan alto estaba el castillo de Silky. Tomoyo, ahora a caballito de Kero, desesperaba por tener que transmitir el retozar de la cometa y estar perdiéndose la alegría en el rostro de la niña. Pero igual, se contentaba con escucharla parlotear sobre el barrilete y de lo grande que se veía en el cielo. En el dosel, las muñecas observaban felices mientras disfrutaban de un platito con mochis.
Pasado un rato, Kero comentó:
-Bueno, pequeña, ¿qué crees?
Ëlen miró confundida al peluche.
-¿Creer qué?
-Jo, ¿No piensas que Ëiko ahora mismo está mirando el barrilete?
Mirando a Tomoyo, quien asintió con una sonrisa, la niña preguntó:
-¿En serio?
-Claro, es lo que buscó Moegami al adoptar la forma de un barrilete. Como estabas triste por no ver a Eiko y tus demás amigos…
Una ilusión cruzó por la cabeza de Ëlen, y se apresuró a preguntar…
-¿Ithïlien también lo estará mirando?
Kero recordó que se trataba de Ithïliendil, un elfo sindar según le había contando la pequeña, un hermano mayor para Eiko y ella, y respondió:
-Seguro.
La reacción de la niña tomó desprevenido a Kero. La pequeña rompió en llantos, un llanto que era todo alegría. Tomoyo, por supuesto, lloró con ella, también Mei Ling 3 en el dosel; las muñecas se apenaron, aunque pudieron comprender que Ëlen estaba contenta, así que se quedaron tranquilas y atentas. Cuando la risa fue imponiéndose al llanto, Ëlen les habló a sus amigos con un candor que colmó de dulzura el corazón de Tomoyo y contentó el de Kero, le pesaba el haber expuesto a la pequeña al Espantapájaros, y el de las muñecas y Vivi, que una conmovida Mei Ling 3 se había apresurado a contarle. Entonces las plumas de la pintura de Moegami estampada en el barrilete comenzaron a titilar con un intenso fulgor carmesí. Silky pudo reconocer las palabras que transmitía el barrilete. Con lágrimas que le rodaron por las mejillas, tomó de la mano a Eiko y dijo:
-Saluda, Principita. Ëlen te está diciendo que te quiere mucho… Y a mí que está cuidando de mis muñecas y que no te pelee, ji.
Ya para sí, la niña concluyó:
-Gracias, Moegami.
Moegami, por obra de una corta llovizna traída por Nuregami, la carta de agua, había vuelto a su aspecto original y aleteaba a la altura de la cabeza de Ëlen. La pequeña la miraba con embeleso, un hermoso pollito a sus ojos, no un ave excelsa de las leyendas de Kamiki como habría dicho Kero, y muriendo de ganas por llevarla a los brazos como a un polluelo que hubiera hallado desamparado al pie de un árbol. Pero la pipa crepitante del ave la intimidaba. Tomoyo observaba rendida la escena; Ëlen con el índice y el pulgar candorosamente sobre la boca, tal como había hecho ya para deleite de la muñeca, mirando a Moegami con los ojos anhelosos y expresión dubitativa, como esperando que diera el primer paso para jugar.
Kero entonces decidió que era tiempo para que la pequeña concluyera su tarea, y le pidió que usara el bastón sobre la carta. Había llegado el momento esperado por las muñecas, que saltaron a sentarse sobre los talones para mirar expectantes la bola de cristal. Restos de mochi rodaron por la cama. Silky y Eiko, en tanto, y pese al alboroto que había armado la Principita para poder seguir mirando lo que hacían Ëlen y el “peluche de gatito” se preparaban para partir en el bote.
Ëlen, pues, y luego de que un nuevo dibujo de la niña con el bastón llevara a la torpeza esperable, y a la consabida ofuscación de Kero y ternura de Tomoyo, dio con su poder sobre Moegami mientras gritaba, bajo la algarabía de las muñecas, «Moegami, regresa a la forma humilde que mereces». La carta guardaba la apariencia tierna y adorable conocida, un gallo diminuto de cresta bermellón que fumaba de una larga pipa en un cielo sepia, salpicado de nubes que más bien eran bocanadas de humo. La niña la enseñó con orgullo a Kero y Tomoyo, y las muñecas dieron hurras. Pero faltaba algo. Ëlen insistió a Kero con que quería usar la carta, ver qué sorpresa le aguardaba. El peluche llevó la mano bajo la barbilla y caviló un instante; no lo convencía que la pequeña usara sin necesidad una carta de cuidado como la de fuego. Pero sabía que la niña se mostraría cabeza dura, así que dijo:
-De acuerdo. Te enseñaré a usar algo de su poder. Escucha…
Y así, Ëlen lanzó a Moegami y le dio con el pico del bastón. El Espantapájaros, que había ido a observar desde fuera cuando vio que la niña había capturado a Moegami, consideró prudente marcharse. Kero sonrió. Las muñecas suspiraron asombradas cuando bajo una humareda rojiza apareció una pluma bermellón que chisporroteaba. Con ella, pensaba decir Kero a la niña, cuando regresaran a la habitación del té podría restaurar aquello que había chamuscado Moegami. Pero mientras, y con una Tomoyo embelesada, encantada por la risa y alegría de la pequeña, dejaría que se divirtiera con la cascada de formas incandescentes que podía desparramar con la pluma como si esta fuera una estrellita.
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