Namima es una niña que habita en la isla más remota de un populoso archipiélago. La gente tiene a esta isla por sagrada. Sus lejanos vecinos, la gente del país de Yamato, la conocen como “la isla de las Serpientes Marinas”. Pero sus habitantes la llaman simplemente “la isla”.
Namima tiene una hermana, Kamiyuu. Ambas pertenecen a la familia principal de sacerdotisas. Kamiyuu, por ser la mayor, está llamada a suceder a su abuela como la gran sacerdotisa. Namima se siente desdichada, una paria en comparación a su hermana, a la que ama. Pero no tardará en comprobar con amargura que su pueblo tendrá para ella un papel de no menor importancia al de su hermana para el bienestar de la isla.
La autora sitúa el relato en el pasado legendario de Japón, como contaba al principio, en una isla apartada del archipiélago. En esta isla crece Namima. Las condiciones de vida son difíciles, especialmente en lo que atañe a sustento, y los roles de mujeres y varones están claramente determinados y debidamente valorados. Se trata de una comunidad de carácter matriarcal.
La trama se construye en torno a la vida de esta comunidad a partir de las vivencias de Namima. La novela recuerda a la obra de Ursula Le Guin, con una historia que transcurre de manera reposada y con sutileza, casi como en sueños, y que se fundamenta en aspectos elementales de una sociedad dada donde se busca explorar o repensar el lugar de la mujer y su relación con el hombre.
No puedo ahondar más en la trama, porque esta deparará giros sorprendentes, aunque naturalmente enraizados en la lógica de la comunidad de la «isla», y cualquier cosa que diga podría llevarlos a una prematura sospecha. Fantasía, misterio, romance, venganza, feminismo y un estilo muy bello que casa perfecto para un relato que recrea el mito creacional de Izanami e Izanagi del folclore japonés. Una verdadera sorpresa de novela.