Hace tiempo les conté de un poema a Juana de Arco escrito por una contemporánea de la Doncella, Christine de Pizán. Con ella la escritora cantó triunfante al género femenino, que a lo largo de su vida con las letras había buscado levantar de la misoginia de su tiempo y que en una jovencita de 17 años, que se impuso donde fracasaron los hombres, había hallado un inesperado baluarte.
Christine de Pizán fue una escritora adelantada para su época. No solo porque fue la primer europea que pudo vivir de su pluma, sino porque fue precursora del feminismo, que estaba a siglos de manifestarse. Su obra más reconocida es La Ciudad de las Damas, y de ella pasaré a contarles.
La Ciudad de las Damas es un relato alegórico donde la autora presentará un alegato a favor de la mujer, a quien considera injustamente calumniada a lo largo de la historia. Christine, narra, se encontraba reflexionando sobre uno de los tantos autores que denunciaban a la mujer como “el pozo de todos los vicios” cuando tres mujeres luminosas se le aparecen en su estudio. Estas se presentan como Razón, Derechura y Justicia y le proponen la construcción de una ciudad que dará cuenta de las altas virtudes de las que pueden ser capaces las mujeres y que será poblada con lo más excelso del sexo femenino: la Ciudad de las Damas.
Así, bajo la guía de estas tres mujeres sublimes, Christine irá edificando una ciudad cuyos cimientos, muros y edificios estarán libres de los prejuicios de la mujer. Para esto Christine propondrá una variada gama de prejuicios negativos hacia la mujer que Razón, Derechura y Justicia, a través del ejemplo personalidades de la historia, buscarán iluminar. Por ejemplo, ante la mención de que las mujeres no son capaces de gobernar un estado, Razón hablará de personalidades como Semiramis o la terrible Fredegunda. O ante la cuestión de que las mujeres no pueden entender asuntos de filosofía, arte o ciencias, hablará de Safo, la décima musa, o de una tal Proba la Romana, que tuvo el proyecto de poner en verso la Escrituras, entre muchas, y de que los escasos ejemplos de mujeres relevantes en las artes y ciencias no pasa por la naturaleza femenina sino por la falta de acceso de las niñas a la educación.
Algo que me desconcertó al principio es que la autora a veces recurre a personalidades legendarias o casi míticas, como ser Carmenta, quien se cuenta creó el alfabeto latino. Esto a mí, visto desde esta época, me pareció jugar con trampa. Pero hay que ver cómo pensaban en aquel tiempo la historia. En todo caso, no es un dato menor el que los latinos hayan asignado a una mujer la invención de su alfabeto, y es correcto que Christine lo haya mencionado, pues seguro en otros libros habrá leído de hombres que dieron significativos aportes a la humanidad y cuya historicidad no estaba clara.
Es todo. El libro se lee fácil. La autora expone los conceptos con claridad y llaneza y la traducción no complica. Un libro de obligada lectura para quien tenga interés en conocer una antigua expresión del feminismo o para quien tenga curiosidad por leer una historia de las mujeres escrita en la época de Juana de Arco y por la mujer que cantaría a la Pucelle.